Llegó la hora del almuerzo y mi esperada cita improvisada con Luwit, aunque luego de aquella pequeña discusión en el pasillo de los baños dudo que sea el mejor encuentro, la tensión era evidente cuando lo encaré apenas lo atrapé vendiendo.
Al llegar a las mesas del final del comedor, lancé mi mochila a la silla de mi lado aún vacía, en la mesa dejé descansar la billetera de Luwit que no devolví antes debido a la tensión del encuentro anterior.
Esperé alrededor de veinte minutos y el condenado no aparecía. ¿Se habrá enojado como para dejarme plantada aquí?
La molestia de haber venido hasta aquí para nada comenzaba a incrementar. Busco mi teléfono dentro de mis tejanos para llamarlo, pero antes de buscar su nombre en mi lista de contactos, aparece.
—Ya vine, relájate. Me atrasé atendiendo unos recados —escuché su voz detrás de mí. Me volteo para encontrarlo con dos bolsas plásticas que por dentro traían unas bandejas selladas.
Lo miré en silencio, él nada más me alcanzó una de las bolsas que desprendía un delicioso aroma a patatas fritas y ¿carne? Creo que era.
El chico delante de mí abrió su bandeja y sacó de ella una hamburguesa, procedió a darle un gran bocado ignorando mi silencio, como si la pelea de antes no hubiese existido.
Segundos después lo notó, lo supe en cuanto alzó la vista hacia mí y rodó sus ojos con hastío.
—¿Seguirás enfadada por lo de antes? —preguntó sin más con la boca llena.
—¿No piensas cambiar de lugar para vender?
—No, acá irá bien —engulló otro pedazo de su hamburguesa —. Es cosa de vender la primera ronda de mercancía y cambiaré de punto, ¿sí? Relájate y come.
Acaté su orden desatando el nudo de la bolsa hasta dar con la apetitosa hamburguesa con patatas a su alrededor. Por supuesto no es nada en comparación a lo que dan en la cafetería.
—¿Fue por orden de Brad que vinieras precisamente hasta acá para hacer de camello? —pregunté en voz baja, evitando llamar la atención de los demás.
Algunos se nos quedaban viendo, ya que éramos los únicos dos apegados a las mesas del final, sumándole también que Luwit traía puesto su uniforme de conserje. Usualmente los del personal no almorzaban en la cafetería, ellos tenían permitido comer en la sala de maestros o incluso fuera del mismo instituto.
—Me dio la idea y yo acaté su orden —bebe un trago de su gaseosa —. Además, no sé por qué te interesa tanto, te dije que te mantendría al margen de todo, así que mejor no interfieras en los posibles problemas que yo mismo busqué.
No podía negar que había cierta verdad en sus palabras. Mucha verdad.
Adolescentes que se drogan hay en todo el mundo, y yo he sido testigo de centenares de veces donde chicos de Lion Hill han comprado sustancias ilegales en mis narices.
Sé que por convencer a Luwit de que venda en otro lado no va a terminar con todo el resto de estudiantes que buscará en otros sitios. El problema está y siempre lo estará, no haré la diferencia.
Pero aunque duela admitirlo, más allá de una desinteresada preocupación por el bienestar de los demás, más que nada me preocupa la seguridad de Luwit. Es decir, consigue un trabajo en una comunidad educacional para echarlo a la borda por culpa de su jefe pandillero. No tiene sentido.
—Bien, no meteré las narices donde no me corresponde. —Dije dándome por vencida.
—¿O es que te interesa este rollo de jugar a ser la mala? —me pregunta en tono burlón.
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The South Bronx © [Español]
Teen FictionEl Bronx no es tan diferente a como lo pintan en las noticias. Las personas del barrio no son tan distintas a como se enseñan en las películas. Los famosos ajustes de cuentas tampoco son tan fantásticos como suponen algunos. Y ser actores de un ases...