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En medio del trayecto las manos comenzaron a sudarme nuevamente. Bradley esquivaba cada auto con agilidad que temí por nuestras vidas en cuanto se pasó tres semáforos en rojo. El corazón me martillea con desesperación que duele, y no dejo de marcarle a Nikolai, quiero creer que el hecho de no contestar a mis llamadas es porque está estabilizando a Jota.

Confío en él.

Luwit nos seguía por detrás, casi pegado a la parte trasera del auto de Bradley, el mismo que no paraba de maldecir en voz alta al mínimo desbalance del auto que nos pudiera retrasa un segundo.

Estaba sumida en mis pensamientos rezando prácticamente por la salud de Jota. Nunca he sido creyente, pero siento que la mayoría de personas que se ven desesperadas, recurren a lo que sea para invocar una salvación divina, pese a que no conozcas dicho ente majestuoso que te salve de todo mal. No sé a quién o a qué le estaba pidiendo, pero era constante, y puse toda la fe que no conocía en esas plegarias que me nacieron decir en mi cabeza.

Sentí la puerta del piloto cerrarse y rápidamente repetí la acción cuando me fijé en la enorme casa delante de nosotros. Corrí hasta la entrada y a mi lado venía Luwit con la misma prisa.

Golpeamos reiteradas veces, pero Bradley fue más rápido y dio un par de patadas a la puerta hasta aflojar la perilla y poder adentrarnos en la casa. El living se veía tal cual cómo lo dejamos, un poco desordenado, con un par de revistas encima de la mesa centrada y una manta que Jota había dejado para pasar el rato fuera de la cama.

—¡Nikolai! —gritó Brad subiendo las escaleras—. ¿¡Dónde carajos estás!?

A continuación sólo oía el sonido de puertas abrirse estrepitosamente, yo y el rizado subimos yendo directamente a la habitación de Jota temiéndonos lo peor.

No podía creer lo que estaban viendo mis ojos.

—¿Por qué demoraron tanto? —preguntó Ramírez desde la comodidad de su cama con su laptop encima—. Con esto compruebo que para casos de emergencia son los peores.

Estaba bien. Demasiado bien. Su piel tenía un tono bronceado, sus ojos habían perdido esas ojeras asquerosas de los primeros días, estaba recién duchado, el olor del champú y su pelo húmedo indicaban eso, y tecleaba cómodamente encima de su computadora.

Los tres escaneamos su rostro, sus manos visibles, cualquier detalle que indicara que estaba mal.

—¿Por qué Nikolai envió un mensaje diciendo que te estabas muriendo? —soltó el tatuado con rabia, acercándose a pasos feroces contra Jota.

—Yo envié ese mensaje —sonrió, divertido—. Necesitaba su presencia urgentemente, ¿y qué mejor que simular mi propia muerte? Es divertido, debí haber pedido mi último deseo para agregarle más dramatismo.

¿Cómo es que podía estar tan tranquilo luego de habernos preocupado de esa forma? ¿Y dónde demonios estaba Nikolai que no lo estaba supervisando? Ahora entiendo por qué debíamos estar atentos a lo que hiciese Ramírez: es capaz de cometer cualquier estupidez.

—¿¡Eres imbécil o qué!? —exclamé con rabia.

Mis ojos ardían por las lágrimas que ni me di cuenta que habían amenazado con salir. Evité parpadear para que estas no cayeran, pero era inútil, ya estaba en evidencia delante de todos.

—Kryn, no era mi intención preocuparlos...

—¡Pues lo hiciste, pedazo de mierda barata!

Se quedó en silencio unos segundos abriendo su boca con indignación y luego agregó:

The South Bronx © [Español]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora