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La verdad no tengo nada interesante que contar del día siguiente a la fiesta, sólo una terrible resaca que me dejó vagando todo el día en casa. No sé ni cómo pude terminar las tareas pendientes con tremendo dolor de cabeza, apenas podía abrir mis ojos, y que el clima justo se pusiera en mi contra para echarme en cara un brillante, caliente y enérgico sol no ayudaba a mis pobres ojitos.

Lo prometido es deuda, me dije mientras alistaba mi desgastada mochila y la colgaba sobre mi hombro.

Ya era lunes, nuevo inicio de semana, nuevo estrés que soportar por las aburridas clases.

Para mi sorpresa, desperté con un mensaje de texto de Luwit... vía SMS.

"¿Lista? Estoy afuera"

Tecleé de vuelta.

"Instala WhatsApp de una vez, sé normal. Y sí, ya salgo"

No esperé respuesta y caminé hasta la cocina donde agarré una mandarina del bowl en el centro de la mesa. Maeve estaba alisando su ropa, su cabello caía lacio por sus hombros y noté cómo retocó un poco de su maquillaje labial antes de echarse una última mirada al espejo de la sala y volteó a verme.

—¿Tan tarde que te vas? Creí que te habías ido hace una hora. —Me encaró, frunciendo sus labios pintados de un suave color rojo.

—Luwit está esperándome afuera, en auto el recorrido es más corto, me ahorro el viaje a la estación. —Expliqué rápidamente y me acerqué a darle un beso en su mejilla.

—Hoy volveré tarde, Trisha quiere que le ayude con un par de prendas, me están ofreciendo dinero extra. —Dijo algo ansiosa y feliz.

—Al primer comentario hiriente te largas, ¿de acuerdo?

—Sí, señora. —Mi madre rió y abrió la puerta para ambas, dejándome salir primero.

El coche de Luwit estaba estacionado y lo vi a él dentro del auto con un brazo en el volante y otro recostado en el asiento del copiloto. Apenas vio a mi madre le regaló una encantadora sonrisa.

—¡Buenos días, Maeve! —exclamó con una extraña y contagiosa felicidad.

Noté el signo interrogante en el rostro de mi madre. Sabía que ahora tenía una especie de amistad con el ricitos vecino nuestro, pero debemos recordar que el primer día, aquel de ojos verde ni se inmutó en saludar a mi madre ni por mera cortesía. Las primeras apariencias siempre dicen mucho.

Pero por supuesto, mi madre más que encantada le devolvió el saludo.

—Aquí nos separamos, ¿llevas tus documentos? ¿Llaves? —pregunto fijando mi vista en ella.

—Pareciera que yo soy la hija y tú la madre —se rio mientras indicaba su característica cartera. Se veía algo vieja y deteriorada.

—Nada de dejarse pisotear, Maeve, yo no te crie de esa manera. —Bromeé de vuelta dándole un apretón en sus hombros.

Mi madre estaba acostumbrada a que la llamara por su nombre de vez en cuando, nunca le molestó porque sabía que jamás lo decía con mala intención ni mucho menos con el afán de mostrarme rebelde o algo por el estilo.

— Ve, se te hará tarde. Y dile a tu amigo que conduzca con cuidado, aún son unos bebés para mí —se frotó sus manos, una nube de vaho sale de sus labios—, estaré cerca de las siete en casa. Que tengas un lindo día, cariño.

Me limité a asentir para relajarla, me despedí y me metí dentro del auto. El clima estaba congelándome hasta los huesos, por suerte siempre traía mi abrigo de franela encima y debajo suéteres de mangas largas. Amo los suéteres de mangas largas.

The South Bronx © [Español]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora