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Seguí al resto por detrás, con pasos sigilosos y mi capucha cubriéndome el rostro, un detalle absurdo, por cierto. Aparentemente, el punto de reunión constaba de una hamburguesería, o eso quiero creer con el opaco y desgarrado cartel de una pareja compartiendo un sándwich en la puerta escondida por la cual entramos.

Luwit en todo momento me sujetó del antebrazo, me tenía delante de él, vigilando mi espalda, mientras que mi torso chocaba con otro de los muchachos que venían con Bradley.

—¿El resto? —pregunta Luwit en un susurro.

—Están dentro, otros rodeando la calle —continúa el de adelante—. Andando, tenemos que ir a nuestras posiciones.

Siento la mano de Luwit aferrarse a mi cintura, sus dedos presionando me incitan a seguir avanzando. Traigo el pulso acelerado, todo me martillea que temo a que me dé un infarto por no lograr controlar mis nervios.

Avanzamos por un estrecho pasillo de madera casi podrida, por suerte, el piso era de piedra, así que las pisadas no se oían del todo. Llegamos al final del recorrido, pensé que atravesaríamos la única puerta al final del pasillo, pero la sorpresa me cubrió el rostro cuando la mano de Luwit se enrolla a mi cadera, jalándome hacia su cuerpo.

—Por aquí. —Indica.

No entendía muy bien, hasta que su torso se inclina hacia abajo y destapa una extraña puerta pegada al piso, como si fuese un calabozo.

—Es un poco aterrador, ¿no crees? —pregunté, bajando detrás de él.

Este me esperaba debajo de una escalerilla algo descuidada, sujeta sus dos manos en mi torso para ayudarme a pisar firme el piso. Era una especie de almacén subterráneo, cubierto de estantes con unas pocas cajas de levadura, envases de mostaza vacíos. Al parecer, si se usaba este espacio para guardar los recursos básicos del local, pero veo que ha sido desmantelado, ya que una mesa central, similar a las de póker, ocupaba el medio de la sala, encima habían colillas de cigarrillo y botellas de cerveza vacías.

—Están entrando —escucho una voz desde un micrófono—. Seis hombres, incluyéndolo a él, atentos, van armados.

Incluyéndolo a él; Una simple frase que logró congelarme el cuerpo.

Bradley, quien recién me percato de su presencia, presiona el botón de su teléfono, colgando la llamada de su vigilante. Me da un repaso de pies a cabeza, vuelve a tensar su mandíbula y se dedica a mirar su arma, quitándole el seguro relajadamente.

—Está de más decir que si haces una estupidez...—comienza a decir, pero interrumpo.

—Sé lo que me pasará, no soy retrasada. Y ya lo habías aclarado afuera.

—¿Qué les parece si se callan? —reclama Luwit—. No es el momento, ni el lugar.

Para sorpresa de ambos, se encontraba más serio de lo normal, hasta casi daba la impresión de que él estaba al mando.

Miro hacia mis manos enguantadas, el arma sigue reposando entre estas. No dudo en guardarla en la zona baja de mis pantalones, no pensaba usarla, porque en primer lugar, no me atrevía, y en segundo, no sé cómo quitar el estúpido seguro.

Dentro de unos minutos, el espacio se llenó con otros cuatro miembros de nuestro bando. No lo pensaron demasiado cuando sacaron sus armas, cargándolas y poniéndose a la par de Bradley.

Miro las esquinas oscuras del almacén, apenas una luz colgante daba el brillo suficiente para reconocer las caras de los que me rodean, pero siento a más gente dentro, observándonos, aguardando cualquier señal con tal de atacar.

The South Bronx © [Español]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora