Nazli no sabía cuánto tiempo había pasado, pero sentía el cambio del terreno bajo sus pies.
Habían descendido la montaña y volvían a estar en suelo llano.
El viento soplaba con furia a su alrededor, frenando su marcha. Nazli se acercó al cuerpo grande de Aslan en busca de protección. Caminaban en dirección al viento, lo que dificultaba mucho las cosas, pero la casa ya no podía estar lejos, aunque ella no habría sabido decir cuánto habían andado.
-¡Espera!
Miró a Aslan, que sacó algo del bolsillo. Un pañuelo. Lo dobló en un triángulo y lo ató en torno a la boca y nariz de ella. Antes de que Nazli pudiera preguntarle nada, el viento arreció y la arena le picó en los ojos.
-Baja la cabeza -gritó él por encima de la furia de la naturaleza.
Nazli obedeció y apretó su cuerpo al de él. Aslan la protegió lo mejor que pudo del viento y la arena cegadora. Su cuerpo era cálido e invitador y, a pesar de todo, el de ella reaccionó ante su proximidad. Hacía tanto que le faltaban el calor y la protección que él le ofrecía que no podía evitar buscarlos cuando los tenía tan cerca.
Al fin llegaron a la verja. Aslan introdujo la clave y se abrieron los grandes barrotes de hierro.
Entraron tambaleándose y avanzaron hacia la casa. La puerta de la verja se cerró tras ellos con un sonido metálico. El viento rugía como una bestia feroz. Nazli se estremeció.
Una vez dentro de la casa, Aslan la empujó hacia su cuarto.
-Quítate esa ropa y métete en la ducha. Lávate los ojos -le ordenó.
Su pelo oscuro estaba revuelto y la arena se pegaba a su piel en los tramos en que estaba desnuda. Tenía los ojos rojos. Le había dicho que mantuviera la cabeza baja, pero él había tenido que mirar por dónde iban.
-Necesitas algo para los ojos –dijo. Le tocó la mejilla-. ¿Hay un médico al que podamos llamar?
Aslan se apartó de ella.
-Tengo gotas -señaló la habitación-. Date una ducha.
Se volvió y Nazli entró en el baño y abrió los grifos. Mientras se desnudaba, se miró en el espejo e hizo una mueca. Aunque sus ojos no estaban tan rojos como los de Aslan , estaba hecha un desastre. Parpadeó. Su pelo era un caos y la arena añadía una textura nueva a su piel.
Entró en la ducha y se dejó acariciar por el agua caliente. Sabía que la arena se iría con agua y jabón en abundancia, pero nada borraría los sentimientos que se agolpaban en su interior. Dejar aBulut atrás. Tocar a Aslan . Necesitar su contacto.
Se dejó caer contra la pared de azulejos. Estaba agotada.
Aslan se secó con la toalla. Le dolía el hombro derecho e hizo una mueca. Giró la cintura para ver en el espejo qué se había hecho a sí mismo. No era tan malo, sólo un moretón. Sobreviviría. Se puso vaqueros limpios, pero no se molestó en abrocharlos del todo, sino que buscó las gotas que esperaba aliviarían un poco el fuego de sus ojos. Echó atrás la cabeza y se echó dos en cada ojo.
Los cerró y esperó a que la medicina hiciera efecto.
Parpadeó para ajustar su visión borrosa y se apartó el pelo de la cara. Flexionó el hombro derecho. Aunque Nazli pesaba poco, no había sido fácil subirla con un brazo mientras se agarraba al otro. Se colgó la pistolera en el hombro izquierdo. Deniz o su vigía podían aparecer en cualquier momento.
Y esa vez estaría preparado.
Dejó el montón de ropa arenosa en el suelo del baño y entró descalzo en el dormitorio. Se pondría una camisa e iría a ver a Nazli. Si tenía arena en los ojos, le vendrían bien las gotas. La idea de que hubiera podido caerse en el cañón lo asustaba todavía. Una llamada suave hizo que mirara la puerta.
Nazli parecía insegura y vulnerable.
-Sólo quería saber si estás bien -musitó.
Aslan cerró un segundo los ojos y respiró hondo. ¿Por qué narices tenía que preocuparse por él? No necesitaba ni su preocupación ni ninguna otra cosa que pudiera ofrecerle. Aunque la excitación que crecía en sus vaqueros entreabiertos negaba esa declaración mental.
-Estoy bien -le dio la espalda y se acercó al armario.
-Estás herido.
Se acercó antes de que él pudiera volverse.
-No es nada -la miró, negándole acceso a su hombro lastimado.
-Si no es nada, déjame verlo -lo retó ella.
-He dicho que no es nada.
-Embustero -levantó la barbilla-. No saldré de aquí hasta que me dejes verlo.
Aslan respiró hondo, dejó la camisa que acababa de sacar de una percha y le dio la espalda.
-¡Maldita sea! -los dedos de ella recorrieron la zona cerca de la clavícula y el lateral debajo del brazo-. Esto sí es algo.
-Es sólo un moretón -gruñó él. ¿Por qué narices no se iba a dormir? Tenía que estar agotada-.
Se curará solo.
-¿Dónde tienes el botiquín? -insistió ella.
Aslan se volvió despacio. La miró de hito en hito, incapaz de ocultar por completo el deseo que hervía dentro de él. Sus defensas se derrumbaron al ver el deseo ingenuo que expresaban los ojos de ella.
-Mira -dijo con brusquedad-, no sé si te has dado cuenta, pero estoy muy caliente. Y tú sólo lo estás empeorando todo.
Nazlu se sobresaltó visiblemente, pero bajó la vista por el cuerpo de él y la detuvo en la cremallera entreabierta.
Aslan lanzó un juramento.
-Vete a tu cuarto -dijo con voz ronca por la lujuria.
La joven retrocedió un paso. Sus mejillas se habían puesto escarlata.
-El botiquín -murmuró-. Si me dices dónde está, voy a buscarlo.
Tenía que aceptar que ella no iba a renunciar a jugar a los médicos. Respiró con disgusto. Tal vez sentía la compulsión de curarlo porque le había salvado la vida.
-Muy bien -dijo-. Está en la cocina, debajo del fregadero, pero luego no digas que no te he advertido de que mantuvieras las distancias.
Nazli parpadeó con incertidumbre y salió de la estancia. Aslan movió la cabeza. Era un idiota.
La deseaba. Se pasó los dedos por el pelo. Si volvía a entrar en su cuarto esa noche, la haría suya.
Y al día siguiente se arrepentirían los dos.
ESTÁS LEYENDO
El Lobo solitario
RomanceSólo había un hombre que podía ayudarla... Nazli Pinar había oído que aquel tipo tenía un corazón tan imperturbable como sexy era su cuerpo, pero Ferit también era su última esperanza. Ya no le quedaba ningún sitio donde esconderse del padre de s...