Casi una hora más tarde, Nazli cruzaba el patio después de nadar con la ropa al brazo y una toalla alrededor del cuerpo. Parecía exhausta. Aslan volvió su atención al tequila que tenía en la mano. Sabía que no había dormido más de dos horas aquella mañana y después del viaje a la aldea y de dejar a Bulut allí...
Se detuvo. No podía sentir lástima. Tenía que reconstruir la antipatía mutua entre ellos, cualquier cosa con tal de que mantuvieran las distancias.
-¿Tienes hambre? -le preguntó cuando llegó a su altura. Colocó los pies en la mesa y levantó el vaso.
-No -repuso ella con frialdad.
-Mejor -dejó el vaso vacío en la mesa-. Cocinar no es una de mis mejores cualidades. Tal vez tú puedas preparar algo más tarde -sugirió con indiferencia.
-¡Ni lo sueñes! -exclamó ella, que se alejó irradiando furia por todos sus polos.
El tiempo avanzaba a paso de caracol.
Aslan no sabía qué hora era, sólo podía juzgar el paso del tiempo por la botella vacía que tenía ante sí. Y, como sospechaba, no lo ayudaba en nada.
Estaba razonablemente seguro de que, fuera la hora que fuera, Nazli se había retirado ya a su habitación. Y con eso en mente, al fin entró en la casa.
La casa estaba en silencio. Ni televisión, ni risas femeninas ni pasos de pies pequeños. Echaba ya de menos las preguntas del niño y su energía inagotable. Y la voz de Nazli cuando jugaba con él, su risa cuando Bulut hacía algo gracioso. Pero aquello no tenía que ocurrir. Se había jurado que no volvería a permitir que nadie se acercara tanto a él. Y ahora empezaba a lamentarse como si hubiera perdido algo que le pertenecía.
Cuando pasó por el salón, vio algo por el rabillo del ojo que le llamó la atención. A Nazli dormida en el sofá. Frunció el ceño. Llevaba todavía el traje de baño y la toalla. Se acercó en silencio al sofá y se sentó en la mesa colocada enfrente. Estaba física y mentalmente agotada.
Y era culpa suya.
Cerró los ojos y procuró controlar los remordimientos. Invocó la imagen de su esposa y su hijo e intentó recordar lo que sentía a su lado. Con su hijo no fue problema. Podía sentirlo en sus brazos y oír su voz. Pero no le ocurría igual con su esposa. Siempre que intentaba visualizarla, se interponía Nazli .
Abrió los ojos y la observó dormir como si eso pudiera ayudarlo. Debajo de tanta belleza y vulnerabilidad había más determinación de la que había conocido en ninguna mujer. Esa combinación de fuego y fragilidad lo atraía cuando quería alejarse. El coraje que había necesitado para ir hasta allí en busca de un extraño y soportar luego su trato sin apenas quejarse. ¿Cómo era posible que esa mujer y su hijo, el hijo de Deniz , hubieran entrado así en su vida y producido tanto impacto?
-Estás perdiendo facultades, viejo - murmuró.
Tal vez se hacía mayor y se volvía blando... o simplemente estúpido. Pero, en cualquier caso, uno no podía permitirse lapsus en aquel trabajo. Tenía que hace algo para acelerar las cosas antes de cometer más errores. Los dos necesitaban que aquello acabara ya.
Tenía que mantener la cabeza despejada. Lo sucedido la noche anterior no podía repetirse. Le debía a Nazli salvarla de la verdadera amenaza que la acechaba: él. Deniz ya no era una amenaza para Bulut ni para ella.
Deniz era un hombre muerto. Simplemente no lo sabía todavía.
ESTÁS LEYENDO
El Lobo solitario
RomanceSólo había un hombre que podía ayudarla... Nazli Pinar había oído que aquel tipo tenía un corazón tan imperturbable como sexy era su cuerpo, pero Ferit también era su última esperanza. Ya no le quedaba ningún sitio donde esconderse del padre de s...