Capítulo 7

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Nazli estaba agotada. Miró a Bulut , distraído con su oso nuevo. Cuanto más se alejaran de la ciudad, mejor se sentiría.
En cuanto Aslan  los hubo metido en su Jeep, empezó el interrogatorio. Quería saber todos los detalles de cada momento que Bulut  había pasado fuera de su vista. Bulut  les contó que había seguido a uno de los niños que iba detrás de un perro y se había perdido. Como no pudo ver a madre, se sentó y se echó a llorar. Una mujer morena se acercó y le dijo que no llorara y que tenía un regalo de su papá. Luego lo llevó hasta donde podía encontrar a su mami.
La descripción de la mujer respondía a la de casi todas las mujeres del país, Nazli  incluida.
Ésta se consolaba pensando que quizá sí había sido una mujer amable que había inventado lo del regalo para consolarlo.
Aslan  se mostraba más escéptico. Tenía su propia teoría, aunque aún no se había molestado en explicarla. Pero Nazli  sabía que creía que Deniz  estaba relacionado con aquello.
Miró el paisaje por la ventanilla. El desierto pareció tragarlos casi en cuanto salieron de Florescitaf. El sol arrancaba tonos púrpura y rosa al cielo, por el que bajaba en forma de bola de fuego, llevándose consigo el calor opresivo. Nazli  se estremeció y se frotó los brazos para calentarlos contra el viento fresco que entraba ya por las ventanillas.
-Hay una chaqueta en el asiento de atrás si tienes frío.
Nazli  miró el perfil pétreo de él. ¡Qué raro que le preocupara su comodidad cuado apenas había dicho una palabra que no fuera para interrogar a Bulut . Ella no sabía adónde se dirigían, aunque asumía que sería a su casa. Una cabaña rústica o una tienda de campaña, tal vez. No parecía un hombre que diera mucha importancia a las propiedades personales.
-Gracias, pero estoy bien -repuso. Miró la carretera polvorienta-. ¿Adónde vamos?
-A mi casa -gruñó él.
-Nuestras cosas están en el hotel -comentó ella, que hasta ese momento no se había acordado de tal cosa.
-Mañana me ocuparé de eso.
-Gracias.
Él no contestó y ella se apoyó en el asiento e intentó relajarse. Estaba agotada y no sabía cuándo había comido ni dormido por última vez.
Aslan  frenó y giró a la izquierda, por un terreno más duro que llevaba hacia las colina
Sierra Madre. Avanzaron un par de kilómetros y volvió a disminuir la marcha. Las montañas se elevaban en la distancia en dirección a las nubes. El paisaje delante de ellos contrastaba fuertemente con el terreno desierto que habían cubierto hasta entonces. Los cactus daban paso a los árboles.
Nazli  vio primero el muro y luego el tejado de la casa. Se echó un poco hacia delante y reprimió un escalofrío. El sitio parecía una fortaleza moderna. Un muro alto, de tres metros por lo menos, rodeaba la casa. Una puerta gigantesca de hierro se levantaba ante ellos. Aslan  detuvo el jeep y pulsó una serie de botones al lado de la puerta, que se abrió al instante y se cerró automáticamente a sus espaldas. Nazli miró a su alrededor con sorpresa.
Aslan aparcó delante de las puertas dobles de la casa de estilo español. El exterior era de estuco rosa, el tejado de tejas rojas. Se abrió una de las puertas y un hombre delgado y bajito salió a su encuentro.
-¿Vives aquí? -preguntó Nazli .
-Desde que eché al narcotraficante que vivía antes -repuso él.
Nazli frunció el ceño, pero no preguntó nada. Se quitó el cinturón y abrió el de Bulut . El niño se echó en sus brazos sin soltar el oso y la joven lo depositó en el suelo. Aslan  hablaba en español con el otro hombre.
-Buenas noches, señora pinar  -dijo éste con sonrisa agradable-. Soy Pablo. Seguro que tienen hambre. Vengan y prepararé una cena apropiada para tan honorables huéspedes.
A la joven le cayó bien enseguida. Le devolvió la sonrisa y lo siguió a la casa.
Una vez dentro, miró a su alrededor. Colores apagados, muebles tapizados. Tenía que admitir que se había equivocado en su apreciación. La casa de Aslan  era elegante sin ostentaciones. El gusto artístico de ella se sintió atraído por las líneas claras y los muebles escasos pero acogedores de las habitaciones que recorrían. El pasillo amplio cortaba la casa por la mitad. Pablo avanzó por él hasta que llegaron a la tercera habitación a la izquierda.
Hizo señas a Nazli para que entrara delante de él.
-Si necesita algo, señora, no dude en pedirlo.
-Gracias, Pablo -dijo ella con expresión de cansancio.
-¡Yo tengo hambre! -intervino Bulut .
Nazli se ruborizó.
-El niño tiene que comer -asintió Pablo-. Ven conmigo, hombrecito, y prepararemos juntos el festín -al ver que el pequeño vacilaba, le, guiñó un ojo-. Puedes ir probando lo que hacemos. Bulut tomó la mano de Pablo y se alejó con él por el pasillo hablándole de su nuevo oso. Nazli  miró a Aslan , que los había seguido hasta la habitación.
-No sé por qué has cambiado de idea, pero...
-Deberías comer y descansar -repuso él.
Se volvió para salir, pero ella lo detuvo con una mano en el brazo. El miró primero la mano y después a ella como si su contacto le resultara ofensivo. Nazli  retiró la mano.
-Me gustaría hablar de sus planes - dijo-. No quiero estar a oscuras. Necesito saber lo que tiene en mente.
La miró un rato a los ojos y algo intenso pasó entre ellos. Para Nazli  se pareció mucho a una corriente sexual. Aslan era atractivo Grande y musculoso, con ojos que podían turbarla con una sola mirada. La asustaba, pero también la atraía a un nivel que no podía explicar. Tal vez fuera simplemente la necesidad de sentirse protegida por alguien lo bastante fuerte como para enfrentarse a Deniz


.
-Yo no tengo un plan -repuso él-. Cuando tengamos algo de lo que hablar, te avisaré.
Salió de la estancia y Nazli se apoyó en la puerta y suspiró. La actitud de aquel hombre la irritaba, pero estaba demasiado cansada para pensar en eso en aquel momento. Miró la habitación que iba a compartir con Bulut , pensó en el sistema de seguridad de la casa y en Aslan . A pesar de la personalidad enigmática de su protector, se sentía segura por primera vez en casi cinco años.

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