𝐑𝐎𝐑𝐘 𝐋𝐋𝐎𝐘𝐃 llega a Hogwarts siendo hija de una maga, y un hombre muggle. Su escuela de hechicería y magia es una nueva etapa donde conocerá muchas cosas nuevas, pero en especial a gente nueva. Ya sea de manera positiva o negativa.
Y aunque...
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13. EL CÁLIZ DE FUEGO
CUANDO todos se hubieron sentado, (Durmstrang acabó sentándose con los de Slytherin y Beauxbatons con los de Ravenclaw) Hermione vio cómo muchas chicas se peleaban por sus pinta labios para ir a hablar con Krum. Ella frunció el ceño.
—¡Pero bueno!— bufó.
—Voy a intentar conseguir su autógrafo —dijo Ron—. No llevarás una pluma, ¿verdad, Harry?
—Las he dejado todas en la mochila —contestó.
Los de Beauxbatons tiritaban y se sujetaban aún bufandas o chales entorno a la cabeza. Miraban el aspecto del Gran Comedor con ojo crítico, como decepcionados por lo que veían.
—Pero si no hace frío —le susurró Cho a Susan.
—¡Qué elegantes son! —exclamó Susan, mirando a una rubia preciosa—. Son como cisnes humanos.
—Creo que son veelas —comentó Marcus Belby, mirándolas con los ojos brillantes y sin poder apartar la mirada.
Susan y Cho se miraron riendo al ver que algunos chicos parecían realmente embelesados, pero no podían culparlos. Marietta, sin embargo, las miraba con una mueca de desprecio y las evaluaba de arriba a abajo como si quisiera matarlas.
Mientras, en la mesa de Slytherin, Sergei Koslov se sentía algo incomodado por la excesiva atención de un chico que no paraba de repetir que se llamaba Draco Malfoy y que los admiraba mucho, parecía algo altanero y no le gustaba la gente que iba de superior.
Se levantó bajo la mirada de muchos alumnos y alumnas, pues en especial los miraban a ellos dos, y acabó sentándose al lado de un chico moreno, que hablaba con una muchacha de cabello rubio. Edmund Pevensie, al ver que todos lo miraban con sorpresa, miró a su lado y se sorprendió mucho al ver a Sergei Koslov a su lado.
—¡Oh!— exclamó Daphne sin poder evitarlo. Se sonrojó y lo miró de reojo, sin atreverse a decirle algo.
—Ho... hola, Sergei —dijo Edmund. Sergei le miró y le dio una sonrisa afable.
—Hola —dijo con acento búlgaro— ¿cómo te llamas? —su inglés era bastante bueno, pero cuando hablaba se notaba que era extranjero.
—Edmund Pevensie —respondió tímidamente, aunque alegre de estar hablando con él—. Ella se llama Daphne Greengrass.
