Capítulo 10

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-Pasá, sentate -dijo Esteban. Se sentó en uno de los sofás y sacó un encendedor plateado y un cigarrillo. Sin mirarme, se llevó el vicio a la boca y le dio mecha.

Yo no me senté. Tenía mucho por indagar y poco tiempo disponible. Además, ante tipos como Esteban, uno debe asumir un porte más, por así decirlo, "intimidante".

Él me miró de reojo, y volvió a bajar la mirada.

- Me vas a disculpar -exclamó -pero estos giles aún no aprenden. Les dije no sé cuántas veces que tenemos un acuerdo entre los dos.

Mantuve el silencio. Me limité a mirarlo fijamente.

-Escuchame, Disantos -prosiguió - yo entiendo que tenemos un acuerdo y eso... pero estos días los tengo complicados. Andamos con uno que otro negocio encima, y me exige cierto tiempo. Te ayudo en lo que pidas. Pero voy a pedirte que seas paciente...

Lo interrumpí, rompiendo mi silencio:

- Calmate, Esteban. Vengo nomás a que me digas si has escuchado algo.

-¿Algo cómo qué?

-¿Te enteraste de las dos muertes de los últimos días? ¿La de la flaca esa del lado sur?

-Sí, y la del muchacho del departamento frente a la Alameda -concluyó Esteban -Salió en los diarios.

Asentí y me asomé por la ventanilla. A los pies del monoblock se volvieron a instalar los amigos de Esteban a resguardar la entrada.

-¿Qué querés saber? - dijo.

-Si tenés idea de esto -exclamé mientras volteaba a mirarlo de nuevo -Si vos o tus amigos han escuchado algo al respecto, en las calles, en los barrios.

Él se encogió de hombros.

-Ni idea, che. No parecían flacos que estén metidos en estos quilombos.

-Opinamos igual, -comenté -pero la chica esta vivía cerca del territorio de Isidoro. Algo debieron haber visto sus hombres. Alguien pasar, algún indicio, alguien entrando a sus villas.

Esteban hizo una pausa reflexiva.

-La verdad que no, Disantos. Isidoro tiene hombres deambulando en la zona toda la noche. Pero no he escuchado a nadie decir algo de ese día.

-¿Y de otro día? Alguna rareza o cosa que haya llamado la atención, algo deben haber visto. No pueden morir dos personas una misma semana y que las villas no tengan idea de nada.

-Y bueno, facha, no siempre se dice lo que pasa -exclamó exasperado -y no toda la gente que se muere está familiarizada con los chorros o los transas...

Se calló inmediatamente, y frunció el ceño. Su reacción captó mi atención, disipando mi impaciencia ante la falta de respuestas.

-Hace un mes creo que fue -recordó -Uno de los amigos de Isidoro, o era el cuñado, no recuerdo, nos contó que fue un flaco. Jovencito, alto. No era un tumbero, aunque tampoco vestía como cheto...

Me acerqué y me senté al frente suyo. Él prosiguió:

-Me contó que se metió a la villa una tarde.

-¿Y qué hacía? -pregunté.

-Andaba buscando a alguien para comprar un arma.

-¿Un arma? ¿Qué tipo de arma?

- No sé, un chumbo, una de esas.

-¿Y qué pasó?

-El cuñado de Isidoro le ofreció.

El canto del galloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora