Capítulo 1

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Lejos de encontrar una respuesta a esa duda de saber si hay algo que nos salve de la desesperación de esta vida, me centré en no buscar más respuestas. Lo que es irónico, pues mi profesión consiste en buscarlas.


Día de hoy.

Es otoño. Veo como la lluvia cae estrepitosamente afuera desde mi oficina. Las gotas golpean casi con furia la ventana, taladrando mi cerebro, lo que me ayuda a no dormirme.

Termino de arreglar algunos asuntos legales de un arresto del día anterior. Robo de auto. Nada relevante.

Normalmente el departamento de Policía Federal lo encontrarías silencioso. Pero ahora se encuentra más silencioso de lo común, casi podría decir que es un silencio escalofriante, porque se trata de un silencio similar al que hace el viento cuando presencias una muerte. Tal vez te cueste imaginártelo, en caso de que no hayas presenciado a alguien morir. Perdón si te es difícil hacerte la idea, pero me pareció una buena forma de compararlo. Y es que yo he visto gente morir. Durante los diez años que estoy trabajando acá.

Si me vieras, sería inútil, completamente inútil, esperar que creas que yo puedo encontrar respuestas a tus dudas. Tal vez buscarlas. Pero sé que no me creerías capaz de responder a tus enigmas, o descubrir por qué pasó eso o esto.

Tictictictictic. La lluvia sigue chocando con insistencia. Creo que eso hace más efecto en mí que el café. El café lo tomo solo por placer.

Cada tanto hago una pausa y veo mi escritorio, cargado de cosas. Lo que más se destaca son los recortes de diario, recuerdo de mis casos resueltos. Además hay un portalápices, entre otras cosas. Pero los recortes son la primera pista que te doy.

Tengo una cara común. Incluso podría decir demasiado común. También tengo un tatuaje en la mano, otro motivo por el cual no confiarías en que soy inspector federal. O al menos un inspector serio. Pero si observas mejor, podrás observar que ese tatuaje es una brújula. Esa es la segunda pista.

Tengo un apellido común, Disantos. Y un nombre demasiado común, Miguel. Sin embargo, no es por ellos por lo que debes guiarte. Sino por, y esta es la tercera pista, como suelen (mejor dicho, solían) llamarme...

- ¡La Brújula de Dios, así te llaman!-exclamó el teniente, con una sonrisa de satisfacción, me atrevo a decir incluso de orgullo.

El teniente Osvaldo Flores ascendió a su puesto a fines del año anterior, después de que nuestro jefe anterior muriera en un tiroteo. En verdad, a Flores lo conocía poco y nada. Pero él parecía conocernos a todos.

-Así solían llamarme- le dije de forma seca, resaltando el "solían".

Él, todavía con una sonrisa, agregó:

-¿Y puedes explicarme por qué te decían así? Un sobrenombre interesante, por cierto- Se escuchaba igual a un papparazzi entrevistando a una celebridad.

Yo medité un segundo la respuesta...


Septiembre. Cinco años atrás.

-¡Te dije quieto! ¡¿No entendiste?! -grité, mientras apuntaba con el arma. En mis adentros decía "Dios, por favor, que se quede quieto. Ayúdame a no disparar, ayúdame".

Después de tres meses persiguiendo, lo pudimos acorralar en un terreno abandonado. Federico Onza era sospechoso de dos asesinatos. Tras seguirle las pistas durante tanto tiempo, logré comprobar que era culpable.

Onza, al escuchar mi orden se detuvo, y con lentitud levantó los brazos.

-No te muevas- le advertí. Seguía rezando "Señor, que no se mueva". Corrí hacia él, sin dejar de apuntar, y saqué las esposas.

El canto del galloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora