Capítulo 5

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Día de hoy.

Al llegar a la nueva esponja, a la escena del crimen, ya estaba oscureciendo.

Oscurecía el día, pero ¿Acaso el enigma oscurecía junto con él?

Cuando llegué a la oficina, Flores me informó de una nueva muerte, comunicada hacía una hora. Los vecinos llamaron, avisando que habían escuchado un disparo en el departamento de al lado. Los oficiales llegaron al lugar pero no encontraron a nadie. Solo a la víctima, un joven de veinticinco años llamado Cristian Lezin.

Volví a mi auto y conduje hacia allá. Era en un edificio en el medio de la ciudad. E increíblemente, nadie vio a nadie salir de ahí.

Llegué al complejo (no era un lujo, pero tampoco estaba descuidado ni con malos tratos) y antes de entrar, me recibió un fuerte olor proveniente del bote de basura del lugar, repleto hasta el tope. Entré, y pretendía subir por el ascensor, aunque no me sorprendió que estuviese fuera de servicio. Directamente, subí por las escaleras.

Cuando llegué al departamento de Lezin, casi tropiezo con una caja tirada al frente de la puerta. Y es que el recinto estaba de cabeza. Había papeles esparcidos por todo el piso, carpetas, cajas, y cuadernos. Las gavetas habían sido sacadas de los muebles y arrojadas al suelo. Uno que otro retrato se había volteado también, supongo que durante el tumulto. Las puertas de los placares estaban abiertas de par en par.

Los federales merodeaban alrededor de toda la casa. Había oficiales en el living, otros en la cocina, y un par en el pasillo calmando a los vecinos y controlando que nadie ajeno entrase. A medida que me los cruzaba, me saludaban con un gesto de cabeza o soltaban un "Disantos" y pasaban de largo.

Quince de dieciséis casos resueltos. La Brújula de Dios no podía pasar desapercibida entre el ámbito policiaco ni jurídico. Todos me seguían viendo como aquél que ponía todo lo que tenía en manos del Señor: su capacidad, su intuición, su deducción, sus sentidos, todo era puesto en Dios; y Dios los dirigía y manejaba hacia la respuesta. Siempre resolvía el enigma.

Ahora todos saben con exactitud que la Brújula quebró. No podía ser infalible, aunque fuese del Señor. Todos tenían en claro que mi disposición en Él se había borrado completamente. Nadie volvió a escuchar la palabra "Dios" en mi boca, durante dos años. Ni dentro del departamento de policía, ni en las entrevistas, ni en mis expresiones, nada de nada.

Y yo sabía que todos pensaban lo mismo "uno entre dieciséis no está nada mal". Pero cuando sabes que ese caso conllevó la pérdida de una vida inocente, y más cuando piensas que fue por causa de tu absurda disposición a esperar que un dios guiase tus pasos, ahí te replanteas todo lo que has sostenido.

De no haberme creído la historia de la Brújula, hubiese llegado a tiempo al dique. Si mi dios no hubiese atormentado mi conciencia con la creencia de que matar a alguien no está bien, todo habría sido distinto. Habría disparado a Frías, y por lo menos mi conciencia cargaría con ese peso... y no con la muerte de una niña.

Entré a la habitación, y al ver en su interior, solo sentí el impulso de hacer como que no había visto nada y entrar de nuevo.

Se encontraba igual que el resto del departamento. Plagada de ropa desparramada hasta el rincón, el armario abierto completamente, con libros y hojas esparcidos. Era casi imposible caminar entre tanto desastre.

El chico se encontraba totalmente desnudo sentado en el piso, con la espalda apoyando en el borde de la cama. El arma se encontraba al lado de su pierna, como si la hubiese soltado al disparar.

Ya estaba suponiendo un suicidio "No supongas" me dije "deduce y verifica. No puedes seguir basándote en suposiciones y corazonadas".

Levanté la vista del cuerpo y miré a la pared. Era blanca, pero no estaba limpia, pues una gran inscripción hecha con aerosol negro la atravesaba de una punta a la otra:

El canto del galloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora