Capítulo 7

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Ayer a la noche. Luego de hallar el libro.

Cuando encontré el libro en la casa de Cristian Lezin, partí directamente hacia a la casa de la primera víctima. Eran las ocho de la noche.

No había prestado atención a los libros que Miranda Trujillo tenía en su cuarto, pues ¿Qué tan indispensable puede ser un libro en un crimen? Mientras manejaba a la otra punta de la ciudad, sentía la voz de mi madre susurrando a mi lado: "el poder de las palabras es algo que no debemos subestimar".

Una hora tardé en llegar. La luna se erguía imponente sobre la casa de la difunta. Pasé por debajo de las cintas y entré. Todo se hallaba como los oficiales lo habían dejado.

Fui hacia la habitación, y me arrimé al estante de la mesita de luz. Todos los libros seguían ahí, como habían quedado. Los tomé uno por uno, buscando si "El Canto del Gallo" se hallaba entre ellos. Pero, más allá de un par de ediciones de Edipo Rey y Antígona, no encontré rastros de la portada bordó de bordes afilados.

Investigué el resto de la casa, nuevamente. Revisé el armario, las gavetas, los muebles, inclusive el baño. Pero el libro de Zinca o estaba ahí.

Al fin y al cabo, parecía ser solo un simple libro de filosofía, aunque eso no explicaba por qué Cristian se había querido deshacer de él.

Confundido, me senté en la cama de Miranda, intentando hilar la información. Tomé El Canto del Gallo y lo examiné girándolo entre las manos.

¿Cuál era acaso aquella cadena de enigmas que esconden las puertas de lo desconocido? ¿Qué tan numeroso es ese ejército de demonios que aguardan fuera de nuestro cogito en la espera de ser descubierto y enfrentado? todo aquello que los ojos no ven y las ideas temen, todo eso que desconocemos y aun así nos atemoriza estaba impreso en las hojas de ese libro:

Con la incertidumbre y la curiosidad apoderándose de mi mente comencé a leer la primera página:


"Roan los huesos, arránquenlos de cuajo, destripen los tumores inundando las bañeras de sangre. Despellejen sus cuerpos y que su piel inmunda sea carbonizada en las hogueras del tiempo". Así habló el anciano frente a los desdichados héroes. ¨Preparen sus voces, pues el gallo ha cantado, y llegó nuestro momento de gritar un rotundo "no". Más aun, gritaremos tres rotundos "no" hasta que el cielo se quiebre la tierra se abra y la eternidad concluya. No esperamos vida ni en este mundo ni en cualquier otro. No exigimos dioses, pues las eras han comprobado que no hay quimeras que nos consuelen, ni promesas que alivien a una creación que agoniza con las entrañas esparcidas en el sombrío cosmos.

Ha cantado el gallo. Ha llegado la noche en que negaremos sus promesas. Los clavos reclaman muerte, las espinas se retuercen expectantes, las cruces arden jubilosas ante la liberación de la raza, nacida para sufrir, pero no nacida para la ingenua ilusión".


Impactado, leí estas primeras líneas, sintiendo como mi desconcierto crecía con cada palabra. Sentí un escalofrío recorriendo mi nuca, y no pude evitar la extraña sensación de que estaban observándome. Me volteé y aunque no vi a nadie, el sentimiento de alerta no se suavizó. Incomodado, seguí leyendo:


"El anciano partió, pero legando a cada uno de sus oyentes la incómoda sensación de la falta de tiempo. No, no falta de tiempo... fue más bien una nada del tiempo. Una nada que emergió de cada una de sus palabras, de cada una de sus exhortaciones. Su batalla contra el tiempo pasado había dejado al mundo inmerso en una desesperante nada. Y sus oyentes se miraron, absortos y perdidos, pues no había más tiempo pasado al cual aferrarse, en el cual apoyar nuestra fe. En la nada, en la duda, en un agujero sin tiempo. Solamente aquellos que puedan mirar a los ojos a aquella nada, solo aquél que observe a Anapeitho sin sentir que los tirantes de su mente se corrompen, roídos por las ratas de la testarudez; puede penetrar hacia un distante mañana que aclama Destrucción. Anapeitho nace de los discursos de aquellos que no buscan la Luna que todo lo ve, sino la vida bañada en un rocío de fuego y cenizas. Estuvo ahí desde el inicio de las Nuevas Eras, observando todo desde lo alto del techo de los Sacerdotes.

El canto del galloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora