Capítulo 2

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Día de hoy.

Capaz esté trastornado, pero después de una larga trayectoria no puedes esperar otra cosa. Y cuando crees que vendrán tiempos mejores, tu jefe te asigna otro caso.

Cuando terminé de contarle mi historia, se hizo un incómodo silencio que Flores rompió con una leve tos.

Acto seguido, tomó un sobre, metió su mano dentro de él y sacó una foto. Me la mostró. Era enfocada desde arriba. Ella tenía el cabello ondulado, color azabache, la piel blanca y de apariencia suave. Una sábana de color también blanca cubría la mitad de su cuerpo, que estaba desparramado sobre una cama, quedando destapado solo del torso para arriba, uno de los pechos, y una pierna. Los brazos estaban abiertos, y una de las manos sujetaba un borde de la cama, como si fuera lo último que quisiera soltar en la vida. Los ojos, negros como la noche, dejaban al descubierto una expresión vacía, perdida, pero sus pupilas detonaban un sentimiento de pavor. Un hilo de sangre recorría su nariz, cruzando su mejilla izquierda y perdiéndose entre la cama. La almohada bajo su cabeza era blanca, pero se había tornado de un color rojizo que irrumpía del cráneo de la señorita. Su nombre había sido Miranda Trujillo.

Cuando veía sus ojos aterrorizados, veía al elefante de la fotografía. Enloquecido, sin saber a dónde ir, alterado y a punto de tomar una decisión precipitada.

-¿Qué ha pasado?- le pregunté a Flores.

-Miranda Trujillo. Veintiséis años, diseñadora gráfica y moza en un restaurante de la ciudad. Fue encontrada muerta ayer en la habitación de su departamento, con una pistola 9 mm. en su mano y un tiro en la sien.

-¿Algún novio, marido, amante? ¿Familiares?

-Nadie que sepamos. Sus padres viven en Rosario. Fue algo complicado darles la noticia.

Observé de nuevo la imagen. Se había quitado la vida con un arma de policía sin ser policía. Normalmente ocurrían cosas más raras...

- ¿Algún vecino o alguien que haya visto algo?

-Esto es todo lo que tenemos por el momento.

Sin nada más que agregar, me dispuse a salir de la oficina.

-Hay algo más, Disantos...-exclamó el teniente.

Sabía que no era todo.

-...a eso de las dos de la mañana, la señorita Trujillo hizo una llamada al 911. Según los que la atendieron, sonaba alterada, cargada de histeria. Respiraba con dificultad, como si se estuviese recuperando de un susto.

Me quedé mirando el escritorio, imaginando la situación.

-¿Qué dijo?

Se hizo una pausa.

-Ella llamó y dijo que vio a Anapeitho.

El nombre Anapeitho se perdió en el infinito minuto de silencio que se hizo en la oficina.

Junto con la mirada opaca de Miranda.


Dos años atrás

Puedes tardar meses, tal vez años, en perfeccionar una virtud. Solo basta una fracción de segundo para que todo lo que has construido se derrumbe: proyectos, valores, ideales, promesas, virtudes. La fe, la confianza y el coraje se deshacen ante la crudeza de esta jornada. Y el tiempo nos juega en contra. Nos ridiculiza y nos hace bailar al compás de la vida, nos hace ver con dureza lo pequeño que somos. Es como un padre humillando a sus hijos.

Somos hijos del tiempo. Y el tiempo se come a sus propios hijos.

Llegué a la casa de Frias, con el corazón a punto de estallar. Victoria estaba en algún lugar de por ahí. La noche era oscura. Y el pueblo no tenía más iluminación que el firmamento. Estábamos solos, fuera de sí, en medio de las tinieblas.

El canto del galloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora