Nunca me consideré una persona demasiado sociable, pero si tenía suficientes amigos como para hacer una fiesta clandestina en mi casa un viernes por la noche. No necesariamente por mí, sino por mis hermanos. Ser la menor de los Von Doith me otorgó un título imaginario que no me funcionó de absolutamente nada más que saltarme la clase de educación física cuando quisiera. En los años en donde la atención se centraba exclusivamente en mi hermana, sus amigos, o seguidores, fanáticos obsesivos solían ir tras ella a donde fuese que mirara, y eso incluía la sala de nuestra casa en más de una ocasión.
Para mi suerte, no necesité de sus amigos para sobrevivir los tortuosos años de secundaria, porque logré conocer a mis amigos desde antes de comprender la palabra popularidad.
Autumn Kennedy era la niña más interesante en todo el salón de clases en primer grado. Siempre llevaba una cinta en el cabello de diferente color, y sus zapatos solían ir a juego con dichas cintas. Le gustaba contar historias extrañas, algunas involucraban bosques sombríos o paraísos de cuentos de hadas.
Recuerdo mirarla en clase con gran incertidumbre, quería saber si su estuche de lápices era mejor que el mío, totalmente absurdo, pero para una niña de seis años era un tema sumamente importante.
— ¿Hola, me prestas el color azul marino, por favor?
Recuerdo su mirada analizando mis movimientos, mi forma de ser. Era una niña curiosa, y yo en cambio era bastante silenciosa. Podría decirse que, gracias a su lápiz de color azul marino, fue que nos hicimos amigas. Me agradaba pasar el rato con alguien que no fuese Peyton, y que no se pareciera en nada a ella.
Unos meses más tarde Daemon Shay apareció en nuestras vidas, era un niño lindo, realmente lindo, el más lindo que había visto en mi vida, incluso podía asegurar que era más lindo que mis hermanos... solo había una cosa negativa en él. Era deportista.
Creo que nunca había admitido ese pequeño detalle. Antes de que Sebastian me atropellara con su presencia, había tenido un pequeño enamoramiento con Dae. Nunca lo supo, nadie lo supo, y creo que nadie lo sabrá nunca. Es un pequeño secreto que planeo llevarme conmigo hasta la tumba.
Con el tiempo, los tres nos hicimos inseparables. Al principio, Autumn no estaba del todo a gusto con la idea de que un niño fuese nuestro amigo, según recuerdo, su prima aseguraba que eran portadores de enfermedades extrañas y que eran sumamente contagiosas, que te hacían delirar y una vez contagiada, no había marcha atrás, estarías condenada de por vida. Aún me causa algo de gracia aquella advertencia, por supuesto a los siete años nunca íbamos a enterarnos de que lo realmente nos quería decir su prima.
A los doce años se había puesto de moda la idea de las citas, todas mis compañeras de clase se la pasaban hablando de sus experiencias que a mi parecer se reducían a muchas películas románticas que involucraban actores atractivos o algún cantante juvenil, yo por mi parte me había resignado a la idea de Dae. Era mi mejor amigo, mi hermano, y la idea de perder ese lazo me asustaba en sobremanera, además, lo había visto observando a Autumn en más de una ocasión, no había necesidad de que me lo dijese directamente, sabía que le gustaba y aunque no estaba completamente segura sobre los sentimientos turbulentos de mi mejor amiga, no iba a meterme en una zona tan peligrosa como esa.
Dae estaba obsesionado con el básquetbol, y era muy bueno en eso, su madre había sido jugadora, y eso lo motivó día a día. Me encantaba verlo jugar, era junto a Autumn parte de su club de fans oficial, nos divertíamos mucho, y así fue como decidí olvidarme de él de alguna forma que no fuese solo verlo como lo que era, mi mejor amigo.
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Anne, Schlesinger Extras
RomansaAnnabeth Von Doith es la oveja negra, desde pequeña demostró no ser la más diestra para el fútbol americano o la gimnasia, es la menos atlética en comparación a sus 3 hermanos mayores, y su padre no parece muy feliz de que pierda su tiempo en tonter...