REBECCA
El lugar estaba un poco ajetreado, pero supongo que tener a un familiar que se encarga de esta sección del hospital tiene sus ventajas.
El muchacho estaba caminando despacio con sus manos presionando su vientre y en cada paso, sus gestos se soportan por el dolor. Las pastillas de enfermería no surgían efecto y pasada una hora, henos aquí, apunto de entrar al consultorio de Ana para que lo chequee y me diga qué demonios sucede.
El corazón se me encogía cuando lo veía gruñir, a millas se aprecia un dolor insensate y no es hasta que tome algo fuerte que se le pasará.
—¿Tú no tienes nada? ¿Estás segura? —Preguntó al ver mi cara.
—Ana, por favor, es el niño.
Ella asiente y lo carga hasta dejarlo encima de la cama. La palidez se le notaba y me pregunto si desde la mañana se encuentra así, tuve que haber ido a saludar primero y no dejar que tuvieran educación antes de revisarlos a todos.
—Eres tú —dice Daniel con la voz entrecortada, aun así, emocionada—. La chica del helado monstruo.
—¡Por supuesto! Ya decía que te había visto en algún lugar.
El niño sonríe con dolor y se tira a la cama un tanto aliviado. Ana le acaricia la cabeza pintando una sonrisa amistosa. No entendía nada de lo que pasaba entre los dos, pero se creó una familiaridad enseguida que me dejaba afuera.
—Eres mi nueva doctora, Ana.
—Por el momento así es.
El niño sacó la lengua para revisar su garganta y bueno, me quedo aliviada al saber que no es una situación grave. Tras un par de preguntas, tiene su pronóstico.
—Me imaginaba —dice sacándose el estetoscopio y busca entre los almacenes un analgésico—. Abre la boca, Dani.
El niño obedece y Ana le indica que en unas horas se repondrá, luego le daría otra pastilla mientras hacía una receta. El niño no se movió al sentir el pinchazo de una aguja, cerró sus ojos sin quejarse, aguantando el miedo que la aguja le produce. Sonrío al verlo tan valiente y respiro al saber que pronto se repondrá.
—Es un virus que anda en la cuidad, ya sabes, el cambio de clima siempre trae sus altibajos. Por eso es importante que cuando la Alcaldía vacune en campaña, la gente asista.
La ciudad pasó por una soleada terrible en los últimos meses y ahora, estamos en tiempo de lluvia y frío. Un cambio esplendoroso y urgente para mí, pero bien lo dijo Ana, no todo es color rosa y parece que Daniel fue una víctima.
—Entonces, ¿conoces al pequeño? —Le pregunté cruzándome de brazos, segura de que el niño no pudiera oírnos.
—Sí, en la heladería de los Ceibos.
Recuerdo aquel suceso, Ana llegó a casa muy extraña.
—Ver otra vez a Daniel es recordar cosas que prefiero no hacerlo.
—¿A qué te refieres?
—¿Ya ha llamado a su madre?
¡Mierda!
Me puse en ello, pero quien me contestó dice ser la secretaria del bufete. Me pregunto si esa mujer sabrá algo de humildad. La cabeza me comenzó a dar vueltas cuando reparé en que la volvería a ver, no es en una buena ocasión, mas casi tres semanas ya han pasado y desde entonces, su presencia es casi nula (y es preferible). De alguna manera, saber que vendría y vería a su hijo en no tan buenas condiciones logró inquietarme.
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En Otra Vida
Non-FictionSi esta es la vida en la que nos prometemos un final feliz, entonces, ¿por qué resulta tan complicado amarte como antes? ¿Qué nos pasó?