Capítulo Ocho

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B E L A W E S T


—¡Estamos perdiendo porcentaje desde ya! ¡Te pagué demasiado para ganar, tú me lo afirmaste, debo llegar a ese puesto!

Bela escuchaba atenta a las palabras de su cliente. Por dentro, se arrepiente de haber apostado mucho en la política, debió seguir su camino, su profesión, pero no todos los días llega un ejecutivo, deseoso de algún puesto en el gobierno, ofreciéndote miles de dólares.

—Habíamos acordado que tu publicista haría un buen trabajo, tu diálogo fue básico, sin innovación. No es mi culpa que estos resultados muestren su incompetencia.

—Escucha, West. —Se le acercó, apuntándole con el dedo, notoriamente molesto con la abogada—. Si no llego a mi puesto, arruino tu vida.

Pero la mujer sonríe, esas sonrisas hipócritas y enervantes que le salen de maravillas; este ingenuo se atreve a amenazarla, ¿acaso no sabe que todo está grabado? A punto de contestar, su secretaria interrumpe.

—Señora, el Ministro Suárez ha llegado.

Las miradas de los dos se tentaban, ella quería atacarle con las uñas, gritarle su estupidez, pero su decencia se lo prohibía. Una más y lo soltaba todo, indispuesta a seguir soportando insolencia de nadie.

—Hazlo pasar, el señor ya se iba.

Él bufó arrojando unos documentos por los suelos, la secretaria miraba con temor debido al ambiente pesado que presencia. Aparte, conocía a su jefa y esto no era más que una bomba de tiempo. Hizo pasar al ministro y recogió el desastre. Saludó, preguntó si deseaban algo de tomar y solo el hombre, quien no tenía idea de la tormenta que acaba de pasar, le sonríe con una afirmativa, mas la abogada se masajeaba la sien. Ajena a la viva felicidad de su cliente número dos del día.

—Señorita West, un gusto siempre al verla.

West requería de ánimos para no sofocarse entre tanto trabajo.

Tenía mucho, demasiado trabajo. La temporada más pesada del año apenas comienza. Llegaba a casa tarde y sentía que Margarita le presentaría una denuncia por explotación laboral, aunque reconocía que le pagaba generosamente como para quejarse. Pero extrañaba a su hijo, llevaba trabajo a casa y el poco tiempo que tenía desocupado, era depositado en crear vínculos con políticos que la necesitaban para sus campañas.

Hacía mal, pero era la única forma. Y ahora, ver a este tipejo, con su barba de días y una sonrisa asqueante, le hizo revolver el estómago porque comenzaba también a pensar en la profesora de su hijo y en esa pequeña charla que tuvieron. Por supuesto que la profesora jamás podría fijarse en alguien como él. Si en realidad es el tipo de mujer que cree que es, ni siquiera ha de necesitar de un hombre. Aún desconoce qué la incentivó en ofrecerle propuestas indecentes.

Aunque fue exactamente lo que la morena le había dicho. Lo de ella no son los hombres. Lo tenía claro y le extrañaba la simpleza con que lo dijo. No obstante, tampoco había negado que la compañía de una mujer era lo que prefiere. Y la idea la asfixiaba. Se le metía hasta la médula, no la podía sacar, no quería.

—Digo lo mismo —mencionó sin querer aparentar su disgusto.

El tipo no prestó atención y sin descaro, se quedó viendo las piernas de su secretaria al dejarle la bebida.

Por supuesto. Fue una completa imbécil al mencionar siquiera una inexistente relación amorosa entre la docente y este hombre.

—Entonces, tienes lo que te pedí, supongo.

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