Capítulo Seis

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—¡Que se vaya a la mierda!

Había gritado Ana y la morena volteó a los lados para asesorarse de que nadie haya escuchado aquello.

Sabía que no era buena idea hablar sobre Bela en ese rato, pero le había estado dando vueltas en la cabeza y el alcohol solo lo empeoró. Es una locura, no puede simplemente dejar las cosas así, creía que si llegaban a la vida cosas nuevas y por más difíciles que estas sean de sobrepasar, siempre hay una buena razón.

Pero Ana no parecía querer colaborar en este dilema ni siquiera prestaba atención. Bela le había confesado que no quiere sentirse sola, ¿qué debe hacer entonces si la abogada es una cúpula de hielo? Luego de ese beso, el almuerzo fue lo más incómodo y por pedido de la misma Bela, Rebecca regresó a casa todavía preocupada por el niño, pero más desconcertada por la mujer.

—¡Deja el alcohol ya!

—¡No te oigo! —grita, sonriente.

El lugar estaba espantosamente lleno y tuvo que lidiar con ciertos hombres que coqueteaban. Un minuto más dentro y sufriría un ataque, aun así no comprende cómo Ana puede disfrutar de estos lugares.

—¡Que nos vamos ahora!

La cara de la joven fue drama pura, con súplicas le rogaba a su tía que se quedasen un poco más, que la música estaba muy buena y que disfrutara con ella de su día libre. ¿Cómo una doctora puede bailar y beber en su día libre? ¿No se supone que deben estar descansando?

"Prejuicios de la gente que definitivamente no son doctores, se dejan llevar, pero lo que no saben es que nosotros aún tenemos vida". Había comprendido Rebecca del trabalenguas de Ana mientras se dirigían a la estación. El alcohol estaba siendo tormentos con la joven quien se detuvo de repente en un kiosco tenebroso, interesada en lo que la mujer afro vendía y decía con métrica. La joven se quedó maravillada y Rebecca, a regañadientes, tuvo que insistir a su sobrina que ya quería regresar a casa. Caminar de noche puede ser peligroso.

Especialmente si son dos mujeres.

Especialmente en las calles de Guayaquil.

—Defiende de los malos augurios, del mal ojo —dijo la mujer regordeta con un delineado sumamente grueso y unos labios característicos de su pueblo esmeraldeño.

Rebecca se sentía incómoda, no por lo que la extraña decía, sino por las pulseras de calaveras que titiritan en sus brazos con fuerzas. Las trenzas largas se perdían en algún lugar de su espalda y su falda parecía esconder algún muerto. ¡Cuánta mentira hay en estas cosas! ¡Cuánta divinidad falsa! Rebecca no lo soporta y corta la conversación del futuro de su sobrina solo para decirle que en serio quería irse, hasta que la médium (o lo que sea) le dio una bienvenida, notándola recién.

—¡Pero si es la mujer por la que todos quieren morir!

Ana no aguantó una carcajada y Rebecca se puso roja.

—¡Es un bombón! —continúa su sobrina haciendo el momento más vergonzoso todavía.

—¡Lo es, lo es. Las costeñas tenemos lo nuestro! —dijo la vendedora—. ¡Pero yo conozco tu historia. Yo conozco a la chica! —Saltó con emoción, con una sonrisa que asusta y una alegría deslumbrante como si haya descubierto un tesoro, pero que al mismo tiempo, terrorificó a las dos transeúntes—. Yo ya había estado aquí, no con ustedes, no son ustedes a la que debo esperar. ¿Qué pasó con la chica? ¡Debo decirle unas cosas, debo decirle su verdadero final!

—Bien, tía, usted primero, ya llamé al Uber —se apresuró Ana al verse sorprendida por el miedo.

—¡No estoy loca! ¡Usted! ¡Usted es muy afortunada! ¡Sea sincera y admita que la ha estado esperando! ¡La ha extrañado!

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