Capítulo Nueve

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La cena marchó bien. Daniel se veía entusiasmado al contar todas sus pequeñas aventuras con su tía que, aunque más alta y robusta, creía que tenía la misma edad del niño. Mentiría si dijera que no sonrió un par de veces al ver al pequeño tan maravillado y agotado, y tuvo que sopesar también la mirada cautivadora de su amiga por esa simpleza. Habían hablado un poco al llegar y bastó con saber que las cosas entre ellas seguían igual, sin ningún tipo de resentimiento. Suspiró aliviada. Tampoco es que se veía detrás de Joza pidiendo disculpa, pero tampoco hallaba la forma de no hacerlo.

Antes de llegar a casa, hubo parado y comprado algo de comer, mientras que los otros dos regresaban y se aseaban para cenar. Al finalizar, Daniel no esperó en ir a su cama seguido de su madre quien, misteriosamente, le dejó un beso y una caricia mientras le decía cariñitos en el oído hasta verse dormido. Esa nueva faceta sorprendió al niño.

La abogada estaba cansada. Fue un día largo y lleno de emociones. Agradece que eliminó la idea de tomar alcohol en su despacho. Vio la hora y ya era tarde, tal vez mañana llamaría a la escuela de su hijo para quedar en la primera reunión semanal. Pensarlo le produjo un gruñido mientras se encamina donde Joza al sofá y se tira sin cuidado. La alta y alocada tomaba vino en un vaso de plástico, le ofrece un poco a Bela quien acepta.

Joza, con dulzura, la atrae hasta su cuerpo y la hace acostar en su regazo. Los cabellos cortos de la abogada caían y se enredaban entre los dedos de su mejor amiga quien la acaricia. Ese sentimiento materno que le hacía falta le hizo recordar a su madre cuando hacía lo mismo.

Había prendido el reproductor de música y una leve melodía acústica sonaba vehemente, llegando a relajar a ambas. Estaban bien, tranquilas; Joza sabía que algo andaba suelto y no sabía si preocuparse o alegrarse. Después de todo, hacía tiempo que su amiga se convirtió en una caja con candado y era muy difícil sacarle algo de información. Por eso, en momentos como estos, es que prestaba máxima atención a las señales o daba su brazo para cualquier batalla.

Bela sabía todo eso, pero no hallaba la forma de comenzar la plática. Sabiendo que Joza le daría todo el tiempo del mundo, ella debe dar el primer paso, empezar a soltarlo todo. ¿Por qué le es tan complicado? Es su mejor amiga, no le ha hecho ningún mal, al contrario, puede decir con certeza que si existiera una unión sanguínea que las uniera, no dudaría en llamarla hermana desde ya. Pero esto es algo nuevo, en otro tiempo resultaría espontáneamente una larga e intensa conversación sobre la vida de ambas, mas ahora, ni confía en sí misma.

—¿Cómo has estado?

Comenzó con esa pregunta sencilla y aún así, logró sacarle a la alta una sonrisa de orejas. ¡Genial, Bela West ha comenzado una conversación! Y parece que esa pregunta desea saberla con toda la sinceridad del mundo.

—Mis padres me van a dejar la empresa de embotellamiento. En un mes tendré que alejarme de esta vida y va a ser nuevo. Tendré una responsabilidad y no estoy segura de poder llevarla a cabo.

Bela abre los ojos y los alza hasta toparse la mirada de Joza. Su amiga era la mujer más libre y sin ataduras que pudiera haber conocido, y tal vez esa soltura y despreocupación era lo que más la hacía querer tenerla cerca. Lo ha dicho antes ya. Una vida pulcra y con pendientes diarios como la de Bela también necesita un poco de la vida de Joza.

A pesar de ello, conoce a su amiga. Ella puede ser lo que sea, pero es una buena mujer en todo sentido. Entregada a la ocasión, pasional y empeñosa. No duda de su nueva ocupación laboral y si llegase a tener problemas, pues la abogada también estaría con ella; de la misma manera, que la ahora empresaria ha estado para Bela.

Así que le sonríe y sujeta las manos trémulas que acarician su cabello para llamar su atención.

—Confío en que lo sabrás hacer.

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