Capítulo Trece

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Las elecciones presidenciales habían finalizado hace casi dos días. El despacho de la abogada ya no tenía tantos documentos por firmar. Se daba un respiro merecido.

Pero ahora el problema es que se encuentra en la entrada de la escuela, media atenta a lo que hace su hijo y media ida por la presencia de cierta morena que estaba en la puerta del bus, recibiendo a sus estudiantes.

Se muerde los labios al no poder ver si llevaba o no el anillo y que todo lo que pasó simplemente fue producto de su imaginación. Tarde o temprano, tendría que enfrentarla y tres días en Cuenca no sonaba particularmente su forma favorita de hacerlo.

—¡Buenos días, West! Qué bueno que se haya animado en acompañarnos —saludó el director con una amplia sonrisa.

Los pómulos de la abogada se marcan debajo de sus gafas en una sonrisa nerviosa. Había cancelado su participación, pero su hijo triste y la dichosa paga de su cliente número uno sería en aquella ciudad, la obligaron a repensarlo. Mejor dicho, la obligaron a asistir.

—Sí... yo también.

Daniel le dice que ya subirá con sus amigos, dejando a los dos adultos atrás, cada paso más cerca de la docente luciendo su buen ánimo. ¿Cómo puede estar feliz tan temprano?

—Espero que sea de tu agrado el viaje y te lo tomes como unas vacaciones.

—Estar pendiente de la presencia de un cliente, no es vacaciones. Peor estar aguantando a veinte niños.

El director estalla a carcajadas y la joven se pregunta si se lo habrá tomado a chiste porque, evidentemente, ella no estaba en ese plan. Pero también se muerde la lengua al ver a la docente observarlos y la bella sonrisa se diluye poco a poco mientras recalca la presencia de Bela.

—¡Buenos días, Rebecca! —saluda el hombre.

Rebecca reconstruye la sonrisa y asiente. La tensión es demasiado fuerte y la cara llena de vergüenza.

—Buenos días —saluda la abogada deprisa para subir al autobús.

Después de insistir a Daniel que se siente a su lado, se resigna a estar sola durante todo el trayecto. La docente está a unos asientos atrás recalcando las normas de comportamiento a sus estudiantes y dos hombres regordetes suben. Supone que tambíen son docentes. Los asientos estaban escasos y cuando uno de ellos la vio, Bela hala el brazo de la morena para obligarla a sentarse con ella. No querría pasar cuatro horas de viaje junto a un hombre que roncaría en su oído y muy probable, babearía sus mejillas. Disgustante.

Pero sus mejillas se tornaron rojas al observar a la docente tambaleando por la cercanía y sentarse a su lado, mas parecía haber entendido la situación. Después de todo, si no estuviera con Bela, tendría que compartir asiento con uno de esos hombres también.

—Esos tipos... Yo no...

—Entiendo.

Ninguna podía verse a la cara.

El viaje transcurrió con el mismo silencio y poco a poco, mientras los demás se cubrían del frío, Bela dejaba que su cuerpo absorbiera todo. Tenía tiempo que no viajaba y el calor de Guayaquil se volvía insoportable con las lluvias, pero de la misma forma, Rebecca se acurrucaba con su abrigo. Casi estaban entrando a la ciudad cuando siente en su hombro un peso. Se sorprendió al ver a la morena acurrucada durmiendo en su hombro, con la respiración lenta y las pestañas negras sobresaliendo. Tenía un rostro precioso cuando no estaba en sus cinco sentidos y las ganas de abrazarla la tentaban.

Lo mismo había visto cuando despertó en su mueble. A una Rebecca descansando incómoda y con la frente sudorosa debajo de ella. El maquillaje se había esparcido y su cuerpo entero sintió calor.

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