Capítulo Doce

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R E B E C C A

Me voy a casar y no tengo idea de cuándo, ni dónde, ni cómo, pero me voy a casar.

El sí, acepto fue un balde de agua fría para mi sobrina quien me escuchó a unos cuantos metros, sabiendo que la miradas de todos los demás me incomodaban hasta un punto de querer esconderme.

Yo, Rebecca Lozado, queriendo esconderme de miradas... Vaya, sí que es relevante.

Pero entonces dije que sí solo para detener esa presión social que posaba sobre mis hombros. No podía siquiera voltear a ver a mi sobrina, ella estaba demasiado decepcionada. Quién no. Mas tuvo que aplaudir sin ganas como los presentes y darme las felicitaciones como todos también. Después de todo, la mujer que la crió y le dio amor se casaría con su jefe. Y lo más irracional es que a mi supuesto prometido no lo he visto en días desde que se arrodilló inesperadamente frente a todo el departamento médico para declararse. Y yo seguía en una historia paradójica como si en algún momento despertaría y todo seguiría su rumbo cotidiano... sin tener que casarme con nadie, al menos que de verdad lo sienta.

De repente, ese rostro femenino se me viene a la mente, ese mismo rostro de decepción y desilusión que traspasó todo lo recto en mí, que me miraba con tristeza, ese rostro es en lo único que pienso cuando me imagino casándome. Porque la noticia también la había golpeado a ella.

Nadie me había puesto un arma en la cabeza para que aceptara, solo que ante la presión de las personas siempre me había sentido débil. Era tomar una decisión ya, en el momento y solo pensaba en cómo una respuesta negativa repercutiría de la misma forma en mi sobrina.

No fue que viví una noche magnífica, sin conflictos ni ironías con Bela West y con su hijo encantador. No fue que confirmé la teoría de la abogada al probar la sidra más deliciosa entre mis papilas. No fue hasta que su cercanía me comenzaba a poner nerviosa y su aliento a alcohol me embriagaba más. No fue hasta que vi en sus ojos a una mujer completamente entregada y decidida, como nunca había visto a Bela, que caí en cuenta de mi realidad.

Mi ensueño me estaba jugando maliciosamente y me dio una cachetada para hacerme despertar en ese mismo instante: Me casaría dentro de un par de meses con un hombre que ni siquiera conozco a su familia. ¿Qué estupidez es esa en la que me metí? ¿Por qué había mostrado tanta debilidad? ¿Qué es lo que me pasaba?

—Así que, hermanita. Cuéntame. ¿Cómo es eso que te casas? —preguntó el hombre, dejando la tetera un poco caliente encima de la mesita de estar, tomando su puesto elegantemente en frente de su hermana y sobrina.

Pero Rebecca parecía que no tenía nada que decir y fue Ana quien contestó por ella.

—Me parece ridículo —dijo enervante, bebiendo de su taza de té, sin intención de enfrentar a su amada tía—. Ridículo que ponga la felicidad de los otros por encima de la suya.

—Ana, pensé en ti.

—Pues no debiste.

—No entiendo ni un carajo —dijo el hombre, quien miraba atento a las mujeres interactuar.

Él había llegado al país luego de su firma internacional por su última publicación, su más preciado orgullo, "su bebé de hojas y no de carne", lo que había, desde adolescente, soñado en escribir y solo su hermana mayor conocía del sueño frustrado. Hasta que lo hizo realidad y firmó con una editorial que se encargó maravillosamente de la publicidad del libro, ocupando buenos puestos en los rankings literarios y dándole un poco de fama al escritor de novelas eróticas. Después de todo, no hay hogar como el hogar, y todos estos años que su hermana se separó de él, solo pasó extrañándola, ya que en su verdadera casa, las peleas diarias eran cansinas y debía hacer algo al respecto.

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