Capítulo Once

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—¡Y terminaste haciendo todo esto! —Joza llena el comedor con tremendas carcajadas, mientras que Bela ultima detalles para la cena—. Realmente salió mejor de lo que pensaba.

Daniel bosteza, sentado con las manos en la cara, con un rostro largo debido a las incesantes quejas de su madre y los chistes que no entiende de su tía.

—¿A dónde van? —preguntó la que ahora haría de anfitriona al ver a Margarita y a Joza alistarse para dejar la casa.

—Yo ya me tengo que ir, señora. Joza me pasará dejando.

—¡¿Cómo?! —preguntó. Su amiga no podría dejarla cuando fue ella quien organizó esa comida.

—Mamá, quiero ir a mi cuarto...

—Pensé que ese vestido era para esta noche —continúa Bela.

—Nah-ah, yo ya tenía planes. No puedo cancelarlos.

La más alta da un beso en los cabellos del pequeño y apura a la empleada para que salga enseguida.

—¡No te atrevas a poner un pie fuera!

—Vamos, Bela, no es que se vayan a devorar. ¿No?

Daniel mira a su mamá con el entrecejo muy marcado y le informa que aún no entiende qué haría su profesora en su casa, Bela le responde sin notar el retiro de su amiga. En toda la sala olía delicioso a carne y papas. Obviamente la comida que había propuesto primero no serviría para impactar a la morena, así que decidió por algo tradicional y no tan complicado. Después de todo, Margarita tampoco es un máster en la cocina y ayuda no tenía en ese momento.

—Tu tía la ha invitado, niño. En todo caso, si la idea te molesta, debes reclamarle a ella.

—Me gusta mi profesora, mamá. Es muy divertida —dijo él sin quitar la mirada de la carne ni de las cremas acompañantes—. ¡Es que es muy raro!

La mayor sonríe y le da un besito en los labios. Indicándole que debe portarse bien. Algo dentro de ella estaba todavía desubicado. Sentía que algo faltaba o que se le olvidada, pero todo andaba bien. La comida lista, la decoración elegante, la televisión prendida para hacer un poco de ruido, las copas puestas. Incluso ella se auto revisó y fue allí que lo notó. No recordaba la última vez que tuvo una cena que no fuera de trabajo. Esta, aunque por una razón muy estúpida, sigue siendo una cena.

Recuerda con melancolía la última cena, fue con Mateo y unos amigos cercanos. Se había alistado y puesto radiante aunque su vientre no se notaba mucho, ya la noticia hubo sido esparcida por todos sus allegados.

Esta noche, no es un vestido floreal que la adorna, ni unas sandalias rosadas, ni un labial brillante. Es un vestido ceñido al cuerpo, más abajo de las rodillas y de color vino. Su cabello estaba recogido y su maquillaje le daba un toque sensual. En realidad, no encontraba razón de tanto esmero.

—Te ves hermosa, mi amor.

—Y tú te ves hermoso, Mateo.

Atrae su rostro, entre risas, y lo besa. Justo cuando tocan el timbre.

Y así fue, tocan el timbre y una Bela aturdida por la familiaridad del asunto logra contener la respiración. Se ve nerviosa y su hijo emocionado, pues ambos saben de quién se trata. Bela camina hasta la puerta y demora unos segundos en abrir.

Al hacerlo, un fuerte olor a coco la invade y repara en esa chaqueta negra que antes la arropaba a ella y sin querer, termina por observar de pies a cabeza a la invitada. Pantalones de tela ceñidos, blusa blanca con lazo en el cuello, tacones y la chaqueta de mismo color. Y su cabello, un poco despeinado y hasta ondulado. Parecía más joven y más viva. Si en serio se había tomado tiempo para arreglarse y verse hermosa, pues la docente había tenido todo el mérito. Por esta noche, sería solo Rebecca quien la acompaña. Y Bela, ida por el pensamiento de libertad y familiaridad, por la imagen tan natural que ve y por esa sonrisa ensanchada que también parece contenta de verla, sonríe de igual manera.

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