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No importaba lo mucho que me había dicho sobre salir con este chico, mis entrañas no me dejaban descansar. Era un hombre poseído, fantaseaba con un beso de esos esponjosos labios de color cereza, con él quitándose la ropa para revelarme su maravilloso cuerpo. Por lo que llegué a la conclusión de... ¿importaba tanto su ceguera? Podría follarmelo una sola vez, ¿por qué no? No estábamos hablando de la historia de amor del siglo, si no de echar un polvo y punto. 

Así que me fui de vuelta a la avenida principal a los pocos días con la esperanza de verlo esperando un taxi. Como no lo vi durante un rato, aparqué merodeando por la entrada del bloque de apartamentos donde vivía como una especie de pervertido sin saber dónde ir. El sol se había escondido detrás de las voluminosas nubes y un viento soplaba desde el océano, arrepintiéndome de haberme puesto la camiseta que llevaba y lamentándome de no haberme traído una chaqueta. ¿Cuánto tiempo iba a estar aquí como un idiota?

Mi respuesta llegó una hora después de estar esperando, cuando reconocí al mugriento perro con los puntos de sutura y el enorme cuello de astronauta guiando a Blondie hacia la puerta. Al instante la abrí solícito, sólo tratando de ser útil, para que simplemente le llevara a tropezar mientras trataba de empujar la puerta y casi caer de bruces a la acera. Gracias al fuerte agarre de mi brazo se salvó de la humillación y vi su rostro oscurecerse como un trueno cuando se enderezó, librándose del agarre.

—Tú.— dijo, haciendo que sonara como una mala palabra. Mi reflejo se vislumbró de nuevo sobre mí en esas gafas reflectantes. ¿Cómo demonios? 

—Yo.— le confirmé. 

—Estoy empezando a pensar que me estás acechando.— Blondie agarró el arnés de su perro con firmeza y salió golpeando con su bastón a la calle. 

Corrí hasta ponerme a su altura. —Sólo un poco.— le dije. —¿Puedo invitarte a tomar algo?

—Acabo de hacerlo, gracias.— contestó sorteando un cubo de basura y a un vendedor de periódicos.

—¿Adónde vas?— caminé junto a él, esquivando a los peatones. 

—¿Te importa? 

—¿Quieres venir a la playa conmigo? 

—No. Mi perro se excita demasiado con el mar. 

—Tal vez deberías dejarlo nadar, no se ve como que el pobre bastardo se divierta mucho. ¿Qué diablos hiciste con él?

Blondie se detuvo abruptamente, con el rostro enfadado y pálido de ira. 

—¿Perdón? Mi perro fue atropellado por un conductor que se dio a la fuga, casi se muere y acabo de gastarme hasta el último centavo para salvarlo, así que por favor no hables así de él.

Estaba arrepentido. —Perdona, déjame comprarle algo de beber a tu perro, parece sediento. 

Apretó sus labios. —Estas empezando a asustarme. ¿Por qué no te largas antes de que llame a la policía? 

—Espera.— le dije. —¿Cómo te llamas? 

—No es asunto tuyo.

Me quedé mirándole desaparecer por la calle, sin saber su nombre y sin dejar de prestar atención a su trasero. Mi táctica del día siguiente era buscar la forma de ganarme su corazón, o al menos su trasero, de manera  indirecta. Le había comprado al pobre magullado perro un gran juguete rosa en forma de hueso para que jugara con él si Blondie le dejaba tranquilo en algún momento. Esta vez, con audacia, entré en el vestíbulo de su edificio y miré al pequeño hombre uniformado de la recepción. 

—Hola, ¿Me puede decir cuál es el apartamento del señor Hwang?

El hombre bajito, me miró por encima de unos lentes de marco delgado. —¿Es usted el tipo que lo secuestró?— preguntó lacónicamente.

Apreté los dientes. —Ese fue un pequeño malentendido.

—Oh, por supuesto.— el hombre volvió a las páginas de deportes, estudiando cuántas medallas de oro había ganado el equipo de Corea del Sur en los últimos Juegos Olímpicos. 

—¿Me lo va a decir? 

—¿Decirle qué? 

—Donde vive el señor Hwang. 

—¿Por qué, para que pueda secuestrarlo de nuevo?

Levanté la bolsa de plástico con una sonriente máscara. —Tengo un regalo para su perro.

—¿Su perro? Eso es original. He visto otros pretendientes traer regalos para el señor Hwang antes, pero nunca a alguien traer un juguete para su perro. 

¿Otros pretendientes? Lo fulminé con la mirada, pero esta visita iba a confirmarme que no estaba perdiendo el tiempo por completo. 

—¿Pretendientes masculinos?— me aventuré a preguntar. El hombre me miró como si fuera de otro planeta. 

—Sí.— dijo. —¿Ha secuestrado al chico y ni siquiera estaba seguro? 

Respiré profundamente. —Yo no...Yo sólo quería comprobarlo.

—Bueno, ahora ya lo sabe. 

—Ahora lo sé. El día no ha sido un completo fracaso si nadie le ha comprado a su perro un juguete antes, tal vez tenga una oportunidad. ¿No lo cree, señor...?— me incliné cerca de su dorada tarjeta de identificación. —Seo Changbin. 

El conserje me miró con altivez. 

Miré a mí alrededor antes de meter la mano en mí bolsillo. Deslicé un billete bajo la bolsa de plástico y lo puse en la mesa de trabajo, mientras que mentalmente sacudía la cabeza ante lo que estaba haciendo. ¿Yo, un pobre artista estaba sobornando a un presuntuoso conserje dándole un juguete para el perro de un chico ciego al que había secuestrado el otro día? 

Creo que había cambiado mi vida a una realidad alternativa. 

Contuve la respiración mientras el hombre cogía el dinero y el juguete y lo guardaba detrás de él, metiendo la bolsa en una de las casillas. —Ya está. Se lo daré tan pronto como regrese. 

—Gracias,— le dije, aunque me hubiera gustado que el señor Seo hubiera llevado el juguete arriba personalmente y lo hubiera dejado ante la puerta de Blondie. Aún así, esto era mejor que nada. —¿Puedo dejarle mi número?— le dije. 

Changbin hizo una mueca.

—No presione.

—No presione

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—ANG3LIX1E


𝗕𝗟𝗜𝗡𝗗|lixjinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora