Capítulo #9

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Me he mirado cincuenta veces en el espejo. Solo queda media hora para ir a la casa de Bridget. ¡La casa de Bridget! He elegido unas botas negras tipo militar. Un pantalón pitillo y una sencilla sudadera. He pensado por un momento en arreglarme un poco más, pero me siento mucho más cómoda y yo misma vistiendo así.

Miro el reloj cada tres segundos. El tiempo parece no tener prisa por avanzar. Cada vez que lo miro sigue siendo la misma hora. Se me está haciendo agónica la espera.

Mi madre se asoma curiosa a la habitación. Estoy parada frente al espejo, comprobando que llevo bien la base de maquillaje.

—¿Te vas?

—Sí.

—¿A dónde?

—A casa de Bridget.

Ha sonado tan bonito decirlo en voz alta que se han erizado todos los poros de mi piel.

—¿De Bridget? ¿Quién es Bridget?

Ah claro. A mi madre nunca le he hablado de ella. Es el momento de hacerlo y me siento jodidamente nerviosa y tímida, como una adolescente que tiene su primera cita con la persona de sus sueños.

—Es una amiga de Alex.

—¿Y vas tú a su casa? —la cara de mi madre es tremendamente graciosa. No entiende nada—. ¿A qué?

—Necesita ayuda con una cosa y me la ha pedido.

—Pero, ¿Alex también va?

Niego rotundamente. ¡Lo que me faltaba! Alex en medio de nosotras dos en un momento que podría volverse bastante íntimo.

No paro de visualizarme en su casa. Las dos sentadas en el sofá. No puedo dejar de fantasear con que nos bebemos la cerveza, charlamos y es ella la que se lanza a besarme. Pero es lo único que me queda. Soñar.

Voy a estar tan nerviosa al tenerla a ella solo para mí. Espero que mis palabras fluyan de una manera natural cuando salgan por mi boca y no se queden atascadas. Solo rezo para que ella me de conversación sin parar y no se cree ningún silencio. Estar en su casa es algo mucho más personal. Si quedamos en silencio en medio de la cafetería, no pasa nada. Pero en su casa... Estoy nerviosa porque es ella la que juega de local. Luego me miro en el espejo, me agarro la cara con las manos y me digo a mí misma que soy gilipollas por crearme todas estas películas en la cabeza.

Agarro las llaves de casa, doy un trago a la botella de agua de la cocina y le grito a mi madre desde el pasillo que me voy.

A paso ligero y aún sin poder creérmelo pongo rumbo a casa de Bridget. Por el camino, voy haciendo ejercicios de respiraciones. Ejercicios que aprendí en mi carrera. Ejercicios que usamos los actores para controlar la respiración en el escenario.

Voy andando tan deprisa que antes de poder reaccionar, ya estoy delante de la puerta de casa de esta Diosa del Olimpo.

La mano me tiembla mientras pulso el timbre. Espero unos segundos. Bridget no tarda en abrir. Me recibe con su dulce sonrisa puesta y esa ropa de deporte que me quita la respiración.

—¡Buenas tardes, petarda! —hace un gesto para que entre y cierra la puerta tras de mí—. Bienvenida a mi casa.

Boquiabierta, hago un barrido ligero con la mirada. ¡Menuda casa! Tiene muebles rústicos, una gran escalera que sube a la planta de arriba. Una mesa de madera en un amplio y luminoso salón y una chimenea que llama mucho la atención.

—Pasa, no te quedes ahí.

—Joder —susurro—, menuda casa. No me esperaba que fuera así.

Llámalo DestinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora