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TRUST IN THE DECEIVER

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—Lamentamos desde el cuerpo docente y la casta política del Ministerio de Magia británico y francés, la pérdida del joven Martin René Lafourcade. Amigo, alumno, compañero y campeón.

Si el director buscaba sonar acongojado, le estaba costando trabajo llevar ese sentimiento a su voz monótona y distante de locutor mal pagado.

Su discurso de luto fue, al igual que en el caso de Basilio, en el Gran Salón, con todo habitante del castillo presente. Inclusive los fantasmas y los invitados de los otros dos colegios. Beauxbatons, por supuesto, se colocó en frente y en el medio del tumulto. Los adolescentes uniformados de celeste como el cielo de verano, entrelazaron sus brazos uno con el otro como cadenas. Cada eslabón sollozó en silencio y pidió con la cabeza gacha que Martin llegara a un lugar mejor, un lugar para descansar de esa presión familiar que lo había llevado a participar del torneo en primer lugar.

—Velamos por el futuro bienestar de nuestros estudiantes, los presentes y los que les precedan —continuó Dippet desde su atril, pelo largo y canoso cubriéndole la mitad del rostro—. Por lo tanto, a partir de hoy, el Torneo de los Tres Magos será removido y destituido de las leyes y costumbres mágicas. Apelamos a su buena predisposición y entendimiento tras los duros hechos de hace una semana, y procuramos garantizar nuestro compromiso para aseverar y resguardar la integridad del conjunto estudiantil.

El comité se encontraba alineado a los costados del director. Gergana Vukotić demostró ser aún más fría que un reptil. Su rostro de valkiria permaneció hostil y arisco. Jean-Pierre LeClerc, al contrario, se disponía a sorber su nariz cada cinco segundos. Sus mejillas regordetas fueron la piscina de sus incesables lágrimas. El grupo de profesores clavó la vista en cualquier otro lugar, menos en el lugar de los jovencitos de la academia francesa, avergonzados de ser los anfitriones de una tragedia. Por último, Roman Hulbert y Dominic Bullcok, los hombres del Ministerio, fueron los receptores de los insultos y abucheos, responsables de diseñar las aterradoras y peligrosas pruebas que acabaron con la vida de Lafourcade.

Martin merecía algo mejor. Todos lo sabían. Merecía casarse con la jovencita del colegio francés que tan loco lo traía. Merecía volverse director del colegio, como tanto soñaba. Merecía enorgullecer a su familia, como tanto se esperaba de él. Un chico de diecisiete años lleno de metas, de amor, de miedos. Miedo que lo llevó a participar de la competencia, cuando su porcentaje diminuto de coraje le urgía plantarse frente a su familia y acabar con la tradición suicida.

Pero ya era tarde. Su alma ya estaba vagando por los jardines del rey en el submundo, escuchando atento los lamentos de sus seres queridos.

Maxine respetó el minuto de silencio. Una de sus manos intentando alcanzar la de Tom, quien no parecía muy a gusto con su muestra de afecto. En realidad, la princesa se había dedicado casi toda la mañana a buscar a Gaia, su mascota de ocho patas que había escapado de su jaula y no lograba encontrar por ningún lado. Y, naturalmente, percibió un matiz de nerviosismo cuando le comentó al heredero sobre el tema. Por lo tanto, sospechosa, intentó no despegarse de él, y mantenerse atenta a la reacciones de sus cuerpo.

𝐘𝐎𝐔𝐑 𝐇𝐈𝐆𝐇𝐍𝐄𝐒𝐒 | Tom RiddleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora