Malestar

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«Cof, cof... augh».

Te dije que ibas a enfermarte.
Recalcó el mayor mientras tomaba un pañuelo húmedo y se lo colocaba en la frente del pelirrojo, quién, a quejidos, deseaba que ese dolor físico se terminará.

Había pasado mucho tiempo desde que se había enfermando, tanto que casi ni recordaba como se sentía. Siempre se cuidaba de los cambios de temperatura repentinos, pero, esta vez, lo habían tomado desprevenido, a pesar de que He Tian se lo había recalcado el día anterior.

—Cierra la boca, imbécil —reprochó afónico y con ronquera.

A estas alturas es irrelevante lo que le haya dicho o no, a menos que quiera hacerle sentir mal por no hacerle caso.

Y quizá sea verdad, quizá tendría que haberle hecho caso, pero no le iba a dar el gusto de oír un "Ya, ya lo sé... Tuve que haberte escuchado" de su parte. Por eso, ahora tenía que aguantarse esta innecesaria humillación que el mayor le estaba haciendo pasar.

—Creo que, aquí, el imbécil no soy yo —puso un tono insinuador en sus palabras, mirando por encima a Guan Shan.

Si no buscaba una invitación formal para ser golpeado, no comprendía por que lo estaba incitando de esa manera sabiendo que no podía pararse ni para tomar sus patillas.

Oh, eso tiene sentido.
Maldito bastardo inteligente.

—No quiero verte. Tu presencia me molesta justo ahora —rodó hacia el otro lado de la cama, dándole la espalda a He Tian y escondiendo su cara roja por la fiebre dentro de la sábanas.

—¿Y entonces quién te va a cuidar mientras estás enfermo? —preguntó presuntuoso, mordiéndose parte del labio inferior.

Toda esta situación era entretenida para He Tian, hasta podría decir que es un sueño cumplido. Ver esta parte nueva de un Mo Guan Shan indefenso y acurrucado debajo de las sábanas, le llenaba el corazón de amor: el ser el único que se puede encargar de velar por él en ese estado le hacía sentir, de alguna forma, especial; y tampoco es nada nuevo decir que su novio es la cosa más tierna y adorable que hayan presenciado sus ojos, por no decir que es perfecto.

Se moría de ganas por besarlo.

—Puedo cuidarme solo —arguyó.

«Snif».

Tian sonrió burlón. —No lo creo.

Claro que es irremediable que el demonio no se resista a molestarle. Es una tentación dulce a la que es esclavo únicamente por él.

—Deja de burlarte de mí, imbécil —volteó a mirarlo con brusquedad.

Sus ojos estaban llorosos, pero era difícil de saber si se encontraban así por la fiebre u otras razones.

El eco de sus palabras resonaba más como una suplica que una amenaza, a pesar que lo estuviera diciendo mientras marcaba su entrecejo sin preocuparse por dejar arrugas en su piel.

—Sólo vete —le repitió.

Ah...
Creo que me pase un poco.

—Te cuidaré bien —le reafirmó, revolviendo sus cabellos rojizos como señal de confianza—. No tienes de que preocuparte, bebé.

"¿Bebé?"

—¿Cómo has dicho? —fingió no haberle escuchado.

—¿Está mal? ¿Acaso te molesta? —habló con tono pícaro, alzando una ceja.

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