Prólogo

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—No lo recuerdo —susurré con el poco aire que quedaba en mis pulmones

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—No lo recuerdo —susurré con el poco aire que quedaba en mis pulmones. Era imposible que hubiese hecho algo tan horrible y no lo recordase siquiera, yo no era así, no era capaz de hacer daño a alguien.

—No estás bien, necesitas ayuda.

Ahogué un lastimoso quejido cuando rodeó mis hombros con sus brazos y me pegó a él, mi espalda quedó apoyada en su pecho y él entrelazó las manos frente a mi cuello. Agaché la cabeza y lloré libremente. Estaba a punto de colapsar, acababa de perder la poca cordura que me quedaba. Me miré las manos, la sangre que las bañaba no era mía, pero yo no podía haber hecho algo tan cruel, no podía haber matado a nadie.

Mi mente no estaba bien, pero nunca había hecho algo de lo cual no me acordase después, aquello no tenía sentido. ¿Podía haber sido un efecto por dejar de tomar las pastillas tan de repente? Los remordimientos me causaron náuseas, no podía haber muerto alguien solo porque yo hubiera dejado las pastillas, era estúpido que algo tan insignificante tuviera unas consecuencias tan graves.

—Estoy loca —gimoteé. Estaba condenada a pasar el resto de mi vida tomando pastillas o encerrada en algún psiquiátrico porque no era capaz de controlar mi mente. Era una enferma.

Las lágrimas dejaban un rastro frío por mis mejillas, aquella noche el viento era gélido y agradecía la presencia de aquel chico que me brindaba algo de calor. Mis pies dolían, mis dedos punzaban al igual que mis hombros, mis tiritones ya no se podían disimular.

—¿Y qué si lo estás? Me tienes a mí —susurró. Mi corazón se detuvo cuando sentí su lengua en mi cuello, estaba lamiendo las lágrimas que habían rodado. Su nariz rozó la línea de mi mandíbula y yo incliné la cabeza por inercia, dejándole completa libertad sobre mi piel.

—Quiero ser normal...

—La locura reside en cada peca —susurró acercándose a mi oído. Cerré los ojos y tragué grueso, aquello era tan surrealista que no podía ser más que un mal sueño. A un par de metros de mí había un cadáver, y un chico producto de mi imaginación me estaba consolando, o algo así, porque lo cierto es que, muy lejos de eso, me hizo sentir aún peor. Mi corazón se estrujó—. Estás enferma, y a mí me encanta —murmuró con malicia. Mi cabeza estaba hecha un lío, no lograba discernir lo que era real de lo que no.

—Tú ni siquiera eres real —escupí con desprecio y cuestioné temerosa—. ¿Lo eran ellas?



La Locura Que Provocas [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora