13. Un acuerdo

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Corrí hasta casa y entré en silencio por la puerta principal, con las zapatillas en la mano y todos mis sentidos en alerta

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Corrí hasta casa y entré en silencio por la puerta principal, con las zapatillas en la mano y todos mis sentidos en alerta. Mis padres no se despertaron, así que corrí a mi habitación y dejé las zapatillas bajo la cama. Minutos después, me cambié de ropa y tiré la sucia junto con las zapatillas. Me puse el pijama y me acosté en la cama con la luz apagada y la vista fija en la ventana, mi miedo a la oscuridad y lo que esta albergaba se vio sepultado por las imágenes de aquella noche.

Me tapé el rostro con el antebrazo, evitando llorar y suspiré con pesadez.

—¿Qué voy a hacer? —me pregunté con voz lastimosa. No pensaba matar a mi única amiga, ella era una buena persona y no se lo merecía.

Lo había estado sopesando por el camino, mientras caminaba a paso rápido entre la noche, y había llegado a la conclusión de que no podía delatarlo. Me esperancé ante la idea de que el cadáver estaba ahí y que, si la policía iba rápido, pillarían a Matthew en la escena del crimen, pero no llevaba el móvil conmigo y, para cuando llegase a casa sería demasiado tarde. Eso me hubiera costado la vida. Si le delataba a la policía pensarían que estaba loca, lo estaba, así que necesitaba pruebas, pero no tenía tiempo.

Tan solo tenía miedo, y una pequeña parte de mí, aquella que estaba enferma, sentía mucha curiosidad.

¿Qué podía hacer? Si no mataba a Carmen, Matthew me mataría a mí y después a ella, acabaría con las dos, pero yo no podría matarla por salvarme a mí misma.

Tenía que tratar de llegar a un acuerdo con él, tenía que haber alguna manera.

A la mañana siguiente me levanté con pesadez, apenas había dormido nada y sentía que en cualquier momento me vendría abajo. Me asomé a la ventana, no vi nada inusual, todo estaba como siempre, como si en la casa de enfrente viviese gente normal. Matthew tenía razón, estaba lloviendo a cántaros. Me sentí mal al respirar aliviada porque al menos no habría huellas.

Me vestí y bajé a desayunar. Mi madre aún no estaba despierta, era sábado y los fines de semana se permitía dormir un poco más. Mi padre por el contrario ya había salido a trabajar, solo libraba los domingos.

Busqué algo que desayunar y después fui a ver la tele, esperando una noticia en concreto; ya debía haberse encontrado el cuerpo de aquella chica. Así jugaba Matthew, le divertía tener a la policía buscándole. Pero no salió la noticia.

No había dejado ese cuerpo muy lejos del lugar donde había dejado el primer cadáver que vi, aunque el bosque era grande y, si tenían que peinar la zona, seguramente tardarían más. Tal vez aún no habían buscado por ahí, después de todo, aún tenían las esperanzas de encontrar a la chica con vida.

—Buenos días, cielo.

Di un respingo al escuchar la voz de mi madre y me volví hacia ella forzando una sonrisa.

—Buenos días, mamá.

—No entiendo qué haces madrugando un sábado —comentó justo antes de soltar un bostezo. Se encaminó a la cocina arrastrando los pies, así que apagué la tele y me apresuré a seguirla.

La Locura Que Provocas [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora