26. Liberación

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Tenía la nariz y helada y me punzaban las puntas de los dedos por el frío

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Tenía la nariz y helada y me punzaban las puntas de los dedos por el frío. Una de mis manos la estaba tomando la de Matthew y la otra la guardaba en el bolsillo.

El muchacho de infinitas pupilas me guio hasta su casa. Habíamos tomado un camino mucho más largo para alejarnos de la calle principal, aunque en un pueblo donde nunca ocurre nada hubiese sido de extrañar la presencia de cámaras. No éramos lo suficientemente cuidadosos, pero a Matthew le gustaba que fuese así, que hubiese riesgo.

Cuando nos detuvimos frente a la puerta de su casa mi mirada se desvió a la mía para comprobar que las luces estaban apagadas y mis padres dormían.

Mi vecino sacó las llaves del bolsillo y abrió la puerta procurando no tocar nada que tuviese que limpiar después.

Cerró tras nuestro paso, dejando la marca sangrienta de su mano en la cara interna de la puerta. No pasé por alto que la luz del comedor estaba prendida y que lo más seguro era que su madre estuviese ahí. Sentía lástima por aquella mujer; siempre me había parecido una buena vecina, y procuré entenderla, entender por qué era cómplice de aquel horror. Quería demasiado a su hijo.

¿Qué hubiese hecho otro en su lugar?

Mis padres me habrían internado con la excusa de que es por mi bien, ellos jamás habrían apoyado algo así, y no por ello me quieren menos. El amor se demuestra de formas muy distintas.

Alguien encendió la luz de la entrada y yo ahogué un grito al ver a su madre, la mujer nos dio una mala mirada.

—¿Has visto cómo venís? ¿Quieres acabar encerrado de nuevo? —los nervios se filtraban en su tono ligeramente elevado. Matthew chasqueó la lengua con fastidio y la miró con los ojos entornados.

Por una décima de segundo pensé que mi vecina era realmente valiente por enfrentar de esa manera a un monstruo como Matthew, hasta que recordé que ella era su madre. ¿Mi vecino sería capaz de matar a su propia madre?

—Ya no soy ese niño estúpido, y no necesito que estés constantemente tras de mí, así que deja de meterte en mis asuntos —espetó con un tono tan serio e impersonal que hasta yo me quedé helada. Su madre apretó los labios y regresó al salón. Sentí lástima por ella, no tenía malas intenciones, solo quería proteger a su hijo.

Matthew me arrastró escaleras arriba como tantas otras veces, fuimos directos a su habitación.

Dijo algo que no alcancé a escuchar, estaba envuelta en mis pensamientos, preguntándome qué pasaría entre él y su madre, porque en algún momento la desagradable tensión entre ellos estallaría, y alguno saldría muy mal parado.

—¿Mad?

—¿Eh? —respingué y fruncí el ceño confusa cuando me tocó el hombro para llamar mi atención.

—¿En qué estabas pensando?

—Nada importante —murmuré cohibida.

—Seguro que te preguntas por qué no la he matado —dijo resuelto y sonrió triunfal ante mi sobresalto.

La Locura Que Provocas [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora