16. No soy tu enemigo

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En lo que restó de noche ni siquiera pude cerrar los ojos

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En lo que restó de noche ni siquiera pude cerrar los ojos. Los párpados me pesaban cómo lápidas, no haber dormido bien en días y todo lo ocurrido me estaba pasando factura; pero mi conciencia no me dio ni un respiro. Cada vez que intentaba cerrar los ojos veía el cuerpo de Carmen o sentía el cuchillo en mi mano y tenía que apretar el puño para cerciorarme de que no era real y mi mano estaba vacía.

Mi mente me atacó más que nunca. Al quedarme sola, envuelta en el silencio de mi habitación, la realidad cayó con mucha más fuerza porque, aunque sabía que había hecho algo horrible y que cargaría en la conciencia para siempre, Matthew hacía que no pareciese tan malo; él hablaba de los asesinatos como algo natural y aquello me había hecho sentir mejor sin siquiera darme cuenta. Mi vecino me afectaba de malas manera. Nuestro beso había quedado en un segundo plano, pero no lo había olvidado y me había llevado la yema de los dedos a los labios un par de veces al tener la sensación de que estos ardían.

Me odié por sentirme atraída por un asesino, detesté a mi corazón por acelerarse cuando unas manos manchadas de sangre se habían posado sobre mí; pero no podía luchar contra mi propio cuerpo o mente, ya lo había intentado y era inútil.

Me planteé mi existencia con más seriedad que nunca. ¿Qué me esperaba después de aquello? ¿Huir? ¿Estar sometida a los caprichos de Matthew? ¿Hacer cosas malas y no poder vivir por culpa de mi conciencia? Yo no quería aquello. Matthew había acabado con mis posibilidades de llevar una vida medianamente normal.

Ya no era solo una loca, sino que también era una asesina y no merecía estar libre, debía estar en una institución para personas trastornadas porque eso es lo que éramos mi vecino y yo; pero no quería perder la poca libertad que tenía.

Lloré hasta que me comenzó a doler tener los ojos abiertos, lloré durante horas procurando no hacer ningún ruido.

Mi despertador marcaba las seis de la mañana cuando volví el rostro hacia la ventana y vi que la luz del dormitorio de mi vecino se apagaba.

Matthew. Era cuestión de tiempo que me matase, y lo disfrutaría, en el fondo debía estar deseándolo porque era un enfermo. Me había arruinado la vida y no quería darle el gusto de acabar con ella; fue entonces cuando la idea pasó como un susurro por mi mente.

Suicidio.

Era la última forma de mantener mi libertad y mi voluntad sobre mi cuerpo y mi alma.

Quería vivir, pero no de ese modo. Deseaba tener una vida lo más normal y aburrida posible; pero no quería vivir con miedo, prefería morir.

Lo pensé seriamente, busqué argumentos a favor y en contra, pero, dada la situación, todo indicaba que el suicidio era la opción más sensata; acabaría muerta de todos modos, si me mataba yo al menos no sufriría.

Pero había un único argumento en contra y que por sí solo bastaba para anular todos los que estaban a favor: mis padres. No podía hacerles eso, no merecían sufrir aún más por mi culpa, no podía permitir que se torturasen pensando en qué habían hecho mal cuando lo habían hecho lo mejor posible, y había sido más que suficiente.

La Locura Que Provocas [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora