40. ¿Y después?

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No podía apartar la vista del atractivo chico que estaba sentado frente a mí; siempre tan oscuro y misterioso

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No podía apartar la vista del atractivo chico que estaba sentado frente a mí; siempre tan oscuro y misterioso. Matthew era demasiado seductor, y no solo físicamente, sino que esa aura sombría que lo envolvía le hacía ver como alguien demasiado intrigante.

Mis ojos acariciaron sus facciones finas y marcadas. Su nariz recta, sus oscuras y pobladas cejas, el espeso manto de pestañas que cubría sus abismales ojos y esos carnoso y coloridos labios que contrastaban con el blanco y negro que era él. Sus labios eran el único toque de color.

Apreté los labios aguantando una sonrisa cuando bebió un sorbo de su humeante café y puso una mueca tras quemarse la lengua.

Mi corazón latía de forma delatadora. Matthew y yo estábamos allí, en una cafetería a plena luz del día y a la vista de la gente comando café como cualquier persona común. No destacábamos, solo éramos un par de chicos más sin nada llamativo.

Le describí al chico que había visto un rato antes en el cementerio.

—Que sea rubio reduce bastante las opciones —comentó mientras soplaba su café. Le observé con atención para poder guardar esa imagen en mi memoria mientras mantenía mis manos alrededor del vaso caliente, agradeciendo la calidez casi achicharrante en mis palmas. Asentí.

Pasamos unos minutos en silencio, sumidos en nuestros propios pensamientos. Supuse que él le estaría dando vueltas a la identidad del imitador, mientras que en mi mente se había empezado a desarrollar otro conflicto.

Era la segunda vez que jugaba el papel de víctima, aquello no era divertido. La persecución y el miedo que sentí me hicieron recordar que no soy ni ningún Dios y que, por más que parezca tenerlo todo bajo control; Matthew tampoco lo es.

Empaticé con las víctimas y me pregunté si Matthew alguna vez lo había hecho; seguramente no.

Me sobresalté cuando sus pies golpearon los míos bajo la pequeña mesa de la cafetería. No fue un golpe fuerte, pero mi mente estaba ausente.

—¿En qué piensas?

La pregunta me extrañó, pero negué.

—En nada.

—Claro que estabas pensando en algo, tenías el ceño fruncido.

Contuve una risa cuando mi corazón se sacudió, él se percataba de mis gestos y detalles. Finalmente suspiré rendida.

—¿Alguna vez te has sentido culpable?

Apretó los labios y arqueó los hombros durante décimas de segundo, después negó sin duda alguna.

Me costaba procesar la idea de que no sintiese culpa alguna. Entendía que tuviese la necesidad de hacer daño, la mente es extraña y eso yo lo sabía bien, pero él era un ser racional, seguro que alguna vez se había parado a pensar en que tal vez había asesinado a alguien con un futuro prometedor.

La Locura Que Provocas [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora