13 de Julio de 2019
La vida es tan efímera e imprevisible que no sabes el momento exacto donde todo se apagará para siempre.
Un segundo estás riendo y al siguiente todo puede irse a la mierda. Mis últimos meses han sido una montaña rusa de sentimientos. Las risas han estado presentes en mi día a día, pero también las lágrimas. Hace seis meses y unos días, mi madre dejó de sentir y mi padre se llenó de una tristeza absoluta. Primero abandonó el trabajo porque era incapaz de salir de la cama. Después comenzó a encerrarse en su mundo.
Ver como se perdía poco a poco, me llenaba de un dolor indescriptible. Siempre que volvía de la universidad, le pillaba en su habitación sosteniendo el marco de fotos donde mi madre y él se demostraban todo el amor que se tenían. A partir de ese momento odié la fotografía. Y la culpa comenzó a devorarme.
Papá no era capaz de estar solo en casa, pero la situación límite llegó cuando intentó quitarse la vida. Ese día me sentí impotente. Durante las siguientes semanas le hicieron una evaluación médica y determinaron que sufría depresión. No era algo pasajero. No iba a mejorar todo en cuestión de días. Lo peor llegó después. Yo no podía encargarme de él -tampoco estaba capacitada- y el médico sugirió que lo mejor para su salud era que ingresara en un centro psiquiátrico.
Fue un balde de agua fría para mí.
Perdí a mi madre y en ese momento, mi padre también me estaba dejando.
Aunque me dolía en el alma, supe que era lo correcto. A finales de febrero me mudé con mi abuela paterna. A partir de ahí, cada cierto tiempo iba a verle, pero era demasiado doloroso. Hoy hace casi dos meses que no voy. No sé si puedo pisar ese sitio de nuevo.
—¿Estás bien?
Carla se cuela en mi habitación. Viste una falda de vuelo por encima de las rodillas y un top blanco. Sonrío. Sé que hace años no se habría puesto algo así y me alegra que cada día acepte más su cuerpo. Es preciosa, pese a todos los demonios de su cabeza que dicen lo contrario.
—No soy capaz —susurro.
Su felicidad se esfuma un poco por mi culpa. Mi estado de ánimo también influye en el suyo y eso me jode. No quiero causar eso.
—¿Quieres que vaya contigo?
—Sí... Pero tienes planes. Además, siento que debo enfrentarme sola.
Asiente, no muy convencida.
—Eres fuerte, Estela. Mucho más de lo que piensas.
Intento creer en sus palabras, pero cuesta. Le dedico una leve sonrisa para que no se preocupe demasiado por mí. No quiero que se estropee su tarde.
☆
Observo el edificio que se halla ante mí y no puedo evitar que el miedo se apodere de mi cuerpo. Ha pasado un tiempo desde que vine. Hace unos días hablé con el psiquiatra para fijar una visita y hoy he tenido el impulso de cancelarla, pero reuní fuerzas y aquí estoy.
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El valor de los recuerdos
Ficción GeneralEstela Novo siempre soñó con convertirse en fotógrafa profesional y ver su trabajo expuesto en una galería de arte, pero ese sueño se truncó hace cinco meses. Ahora se mantiene lo más alejada posible de su cámara y de los recuerdos que guardan todos...