II

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¡Jodida...!

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—Habla ¿Cómo hiciste para llegar aquí? —le preguntó tomándola con su enorme mano del mentón.

Era tan grande, que tranquilamente podría cubrirle el rostro por completo si quisiera.

—N-No sé —susurró en un hilo de voz, sin poder dejar de mirarlo a los ojos.

—¿No sabes? Nadie llega aquí por error, algo hiciste para estar ahora mismo parada aquí, en medio de mi altar de sacrificios.

—¿Q-Qué? ¿Altar de sa-sacrificios? —preguntó con horror.

—Tal vez seas una ofrenda que el Dios Mor-

—¡No! —lo interrumpió—. No soy ningún tipo de sacrificio, llegué aquí por error, lo juro, esto es un completo error, un malentendido. Mi amiga Karen encontró un libro extraño, con unas inscripciones muy parecidas a la que están en el suelo de aquí. Me desperté porque algo me alumbró los ojos mientras dormía, y cuando fui a la sala, el libro estaba brillando. Intenté tocarlo ¡Y aparecí aquí!

El rubio la miró y frunció el ceño, antes de soltarla.

—Es lo más estúpido que he oído en mi vida.

—¡Pero es la verdad!

—Claro —pronunció sin creerle una sola palabra—. ¿Y qué se supone que eres tú, hembra? Porque no te pareces para nada a una Unkiala. Eres... Muy pequeña.

—O tal vez tú eres demasiado alto —pronunció cabreada, cruzándose de brazos.

¿Quién se creía que era el tipo ese para decirle que era baja?

El rubio arqueó una ceja, y lentamente una sonrisa divertida se formó en sus labios, antes de que sus ojos brillaran, espantando a Erika. ¡¿Qué demonios estaba viendo?!

—No hay magia en ti ¿Qué eres, mujer?

La joven castaña dio unos pasos hacia atrás, al ver que él intentaba acercarse más a ella.

—¿Qué demonios eres tú? ¿Por q-qué tus ojos brillan?

—¿Y por qué los tuyos no lo hacen?

—Porque los humanos no hacemos eso —pronunció en un hilo de voz, al sentirse atrapada entre la pared y ese enorme tipo.

Erika cerró los ojos y se abrazó así misma.

—Esto tiene que ser un sueño, una pesadilla. Cuando abra los ojos, estaré nuevamente en mi habitación, en mi cama —murmuró en un tono bajo, repitiéndolo rápido.

Él miró el pijama de ella, curioso. Nunca antes había visto unas ropas como aquellas, e ignorando lo que ella estaba diciendo, tomó entre sus enormes manos la camiseta con botones, y los hizo saltar por toda la habitación de un sólo tirón, dejándola en brasier.

—¡¿Qué crees que haces?! —exclamó alertada, cubriéndose los senos con sus brazos.

El rubio abrió los ojos sorprendido, sin poder creer lo que había visto.

—¡Atrevido! ¡Pervertido! ¡Degen-!

Dejó de reclamarle cuando la tomó de los brazos, y sin dificultad alguna, los llevó a ambos hacia arriba, y los sujetó con una de sus manos, llevando la otra libre hacia sus pechos, apretando suavemente.

—¡Suéltame, enfermo! —le gritó Erika forcejeando—. ¡Déjame!

La miró a los ojos y luego la soltó, observando que en la mirada de la jovencita había miedo, pero también rabia pura.

—¡¿Qué fue eso, eh?!

—Tú... Tú tienes mamas.

—Wou, que observador eres, grandote infeliz, debes ser el genio de tu clase ¿No? —le dijo con rabia, sin dejar de cubrirse los senos.

—No eres una Unkiala, tú puedes procrear.

—¿Qué? —preguntó borrando la expresión de su rostro, por una de confusión.

—No eres un sacrificio, eres un regalo del Dios Morfeck para procrear.

—¿Qué? No sé qué demonios sea este lugar, ni tú ¡O por qué diablos estoy aquí! ¡Pero jamás tendré un hijo! ¡Y mucho menos seré usada de ese modo!

...

MikaelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora