XXVII

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Se despertó en lo que algún momento había sido la sala de su departamento, y observó confundida que estaba todo vacío, en penumbras. Se llevó una mano al rostro, tocando sus mejillas y ojos, al sentir que estaba llorando.

Pero no sabía por qué.

Se puso de pie, y casi se cae al sentir que sus piernas flaqueaban. Eso era algo que tampoco sabía a qué se debía, el dolor en todo su cuerpo. Como pudo, caminó hasta una de las paredes, y se tomó de ella para poder sostenerse.

Observó aturdida que no habían muebles en su sala, ni siquiera las paredes estaban pintadas del mismo color. Ahora simplemente eran blancas.

Como pudo, fue hasta su habitación y comprobó que allí estaba igual. Paredes blancas, sin ningún tipo de muebles, todo completamente vacío. ¿Qué demonios estaba pasando? Ni siquiera podía encontrar una justificación para que lo estaba pasando.

No le habían entrado a robar, porque no tendría sentido que los colores de las paredes no fueran los mismos.

Con pasos lentos y tambaleantes, fue hasta la puerta principal, y al intentar abrirla, comprobó que estaba cerrada. ¿Cómo diablos saldría ahora de allí sin las llaves?

***

¿Veintidós meses? ¡¿Cómo que había estado desaparecida por casi dos años? No tenía sentido, nada de todo lo que le estaban diciendo lo tenía. Ni siquiera los investigadores se explicaban como ella había vuelto a aparecer en su antiguo departamento, si ni las cámaras de seguridad del edificio la habían captado regresar.

Y lo peor de todo, es que no tenía recuerdos de nada, no sabía que había pasado en esos supuestos veintidós meses, ni quién era Karen Salinas. Jamás había escuchado ese nombre en su vida, y los investigadores insistían en que era su mejor amiga.

—¡Mamá! —exclamó al ver a su progenitora, poniéndose rápidamente de pie para abrazarla.

—Erika, estás aquí —lloró abrazándola con fuerza—. Creímos que jamás volveríamos a verte, hija, y estás aquí, conmigo.

—Y-Yo no entiendo que pasa —lloró confundida—. No recuerdo nada ¿Qué fue lo que pasó?

—Nadie lo sabe, hija, nadie se explica cómo fue que desaparecieron Karen y tú. En las cámaras de seguridad no se las ve salir a ninguna de las dos.

—Yo no sé quién es Karen —murmuró.

—La doctora dice que quizás es producto del estrés, el trauma, lo que no te deja recordarla, pero no te preocupes, cariño, sé que lo harás. Ahora lo único importante, es que estás aquí nuevamente, que estás viva, bien —sollozó volviéndola a abrazar.

—¿Y papá? ¿Y Sonia? ¿Dónde está Paul?

—Am... Paul no ha podido venir —le dijo en un tono algo incómodo.

—¿Y Sonia? ¿Y papá?

—Ellos están en casa, hija, esperándote. Pero tú aún no puedes volver, cuando los médicos digan que sí, nos iremos.

—Pero si no tengo nada.

—Erika, no recuerdas que fue lo que te pasó, ni en donde estuviste estos últimos veintidós meses. ¿En verdad crees que estás bien?

***

—Algunos días después—

Erika observó a su psicóloga, y luego a su madre, sin poder procesar aún lo que su progenitora acababa de confesarles. No... No podía ser cierto.

—Erika.

La castaña negó con la cabeza, sintiendo como sus ojos se cubrían de lágrimas. ¿Cómo que sus padres se habían separado? Si ellos eran un matrimonio ejemplar, años juntos superando adversidades, siempre siendo tan firmes, amándose tanto.

—¿D-Dónde está Paul? Quiero ver a Paul —pronunció en un tono quebrado.

Su madre miró a la psicóloga con pesar, y esta asintió con la cabeza, para que respondiera aquella pregunta.

—Después del primer año de buscarte, y no encontrar ningún tipo de pista sobre ti, nada, perdimos las esperanzas de volver a verte, Erika... Y Paul también las perdió.

—¿D-De qué estás hablando? ¿Qué me quieres decir con eso?

—Él es un muchacho joven, y continuó con su vida, Eri. Hubiese sido injusto que se quedara estancado en tu recuerdo.

Erika negó con la cabeza, llorando, y se puso de pie.

—No, no p-puede ser posible, no, no lo creo.

—Creo que mejor seguimos luego con la sesión, ella está muy alterada —le dijo a la psicóloga—. No quiero ponerla más nerviosa.

—¿Más alterada? ¡¿Qué más tienes para decirme, mamá?! ¡Dímelo! ¡Dímelo todo una maldita vez! —exclamó llorando de forma histérica.

Pero su madre se negó a darle la última noticia, prefiriendo acercarse a ella para abrazarla e intentar contenerla.

Erika no soportaría saber que Paul estaba con Sonia, con su hermana menor que tanto amaba, y a quien aún no había podido volver a ver.

Nada era como ella lo recordaba, aquel lugar ya no era su hogar, no era su anhelada vida, era una maldita pesadilla.

...

Próximo último capítulo...

MikaelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora