XXIII

2.8K 433 49
                                    

—Siento que estoy a nada de parir, y sólo han pasado dos meses y unas semanas —suspiró, cerrando los ojos, estando acostada en su cama.

—Tal vez el bebé se desarrolle más rápido, debido a que su tiempo de gestación es otro. Tu vientre... Se ve considerablemente grande —pronunció en un tono suave Zakael, pensando en las palabras, para no ofender a la joven madre.

Algo que claramente no consiguió.

Karen abrió los ojos y lo observó con el ceño fruncido, antes de arrojarle un almohadón por la cabeza.

—Ya sé que estoy gorda, Zakael, no hace falta que disfraces las palabras.

—No es gordura, es el bebé.

—Espero que luego de que nazca, me devuelvas el cuerpo que tenía.

—Lo haré —sonrió.

La castaña volvió a cerrar los ojos y se acomodó en la cama. Estos últimos días se venía sintiendo muy cansada, y más que comer, lo único que quería ahora era dormir.

—¿Te sientes bien?

—Sí, sólo tengo sueño —susurró con los ojos cerrados.

—Debemos estar preparados para su llegada, podría ser en cualquier momento.

—No nacerá hoy, descuida.

***

—Creo que le gusta mucho esto ¿Cómo dijiste que se llamaba?

—Kafhsk —pronunció el rubio, mientras le servía más de aquella carne magra blanca, que él mismo había cocinado.

—Puedo sentir como se mueve cuando como —sonrió—. Y eso que sólo tiene un mes ¿Será normal?

—Tal vez.

—Será una niña muy glotona, de eso estoy segura —pronunció en un tono suave, cariñoso—... Mikael, yo estaba pensando anoche en la idea de que quizás pueda quedarme un mes más, luego de que la bebé nazca, para poder cuidarla, ayudarte a ti. La lactancia en los primeros meses de vida es muy importante.

—No podrá ser, Erika, tú te irás el mismo día que ella nazca.

—¿Pero por qué? Te estoy diciendo que es por la salud de la niña, no por un capricho mío. Además, tú no sabes sobre cuidados de bebés ¿Cómo harás solo con una recién nacida?

Mikael no respondió, y continuó comiendo. La verdad, es que desde que se había enterado lo que debía hacer para salvar a Erika de aquel mundo, había perdido gran parte de sus ganas de todo... Hasta de vivir.

Ya no era el mismo hombre de antes, y jamás volvería a hacerlo. Ahora sólo era un tipo amargado, apagado, que sabía que cometería un acto horrible, para salvar a alguien que quizás ni lo merecía.

Pero era su culpa, por hacerle una promesa a una desconocida. Ahora era preso de su palabra.

—¿Te puedo pedir una única cosa?

—No, ya no quiero que me pidas más nada, ni verme en la obligación de cumplirlo luego.

—Me gustaría que se llamara Johanna —continuó, ignorándolo—. Cuando era niña, jugaba a que tenía una bebé, y se llamaba Johanna ¿Podrías nombrarla así? Por favor.

—Erika, cuando regreses a tu mundo, y estés con tu pareja, busca tus propios hijos y llámalos como más gustes. Te parece justo usar un nombre importante para ti ¿Con una criatura que ni siquiera fue deseada por ti?

—Lo que no me parece justo es que tú te refieras de ese modo de ella. ¿Realmente vas a cuidarla, Mikael? Porque desde que te lo pregunté, no recuerdo que hayas respondido de forma afirmativa. Y si no quieres hacerlo, si te parece que la niña será una carga para ti, entonces me la llevaré conmigo.

El rubio se puso de pie, mirándola con el ceño fruncido.

—La única que será de aquí, serás tú. Nadie más abandonará Gianmat —pronunció con rabia, frustración, antes de irse.

Erika miró hacia abajo, y acarició su pequeño vientre, despacio.

—No sé si sea buena idea dejarte con él, Johanna. Tal vez lo mejor sea que vengas conmigo.

...

MikaelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora