Capítulo 34

840 46 0
                                    

Alberto me adelanta mientras voy subiendo las escaleras conteniendo las lágrimas, ya que él va corriendo y yo tengo que subir cada peldaño con cuidado de no caerme, sosteniéndome a la barandilla. Las piernas me fallan a cada paso que doy y siento que voy a desfallecer en cualquier momento.

-¡Cariño, ven, ayúdame!

Inspiro hondo y al fin llego a la habitación, donde Alberto tiene a mi madre en sus brazos.

Mi corazón parece detenerse en el mismo instante en el que veo su pálido rostro. Me acerco a ella y me da un leve apretón de mano cuando me coloco a su lado.

-Todo saldrá bien, mami-susurro cerca de su mejilla, y seguidamente, le dejo un suave beso.

El tiempo desde que llega la ambulancia hasta que Alberto me obliga a sentarme en una de las incómodas sillas de la sala de espera del hospital pasa lento, lentísimo, como si mi vida fuese una película y todo se estuviese reproduciendo a cámara lenta.

Cada vez que pregunto a un médico cómo está mi madre, todos me piden que espere, o me dicen que en este momento no pueden atenderme.

Vuelvo a dejarme caer en el asiento y suspiro cansada. No sé cuanto tiempo tendré que estar aquí, aunque agradezco que Alberto me mandase a cambiarme de ropa antes de venir, creo que estar en pijama no sería lo más apropiado para estar a la vista de todos, a pesar de que lo principal en este momento sea mamá.

-¿Por qué no llamamos a mi madre y te vas con ella a mi casa, a descansar?-pregunta con preocupación, acariciando mi pómulo con el pulgar.

-No estoy cansada, sólo quiero estar aquí, esperando noticias de cómo está mi madre.

Me da un vaso de plástico que al tacto está caliente y cuando lo pruebo, pongo una mueca de desagrado, ya que no me gusta el café.

-¿No te gusta? Lo siento-dice frunciendo el ceño y mordiéndose el labio.

-No importa, cariño-digo mostrándole una pequeña sonrisa de tranquilidad-. Gracias por acompañarme y por quedarte aquí conmigo, te quiero.

Me pasa la mano por detrás del cuello y con las yemas de los dedos, me acaricia la nunca a la vez que posa sus labios sobre los míos e introduce su lengua en mi boca, con movimientos desesperados y poco después se separa de mí dejándome con ganas de más.

-No me des las gracias, nena. Estoy aquí para todo lo que necesites, aunque sigo pensando que debes irte a descansar.

-Vayamos a buscar a los médicos. No voy a dejar de darles la lata hasta que me digan algo, lo que sea.

Me acerco hasta el cristal, donde al otro lado y en una cama, está mi madre, enchufada a un montón de máquinas y con cables sobre su cuerpo, con la apariencia de dormir plácida y tranquilamente. Le sonrío como si pudiera verme y la miro con la esperanza de que pronto podamos estar juntas y de qué esté totalmente recuperada.

-¿Te gustaría entrar a verla?-susurra una voz conocida a mi espalda. Me giro y le dedicó una pequeña sonrisa a la vez que me abalanzo sobre sus brazos.

-¿Esther? ¿Qué haces aquí?-murmura Celia acariciándome la espada.

-Es mi madre-digo señalando con la cabeza-. Aún no tengo noticias de qué le pasa ni cómo está, al ser fiesta...

-Lo que voy a hacer no está bien, pero tratándose de ti, vamos, pasa.

Me señala la puerta y me acompaña hasta el interior de la habitación de mi madre, en la Unidad de Cuidados Intensivos.

-Tienes sólo diez minutos, toma asiento y háblale, demuéstrale que estás con ella, quizá eso le ayude a recuperarse antes-me coloca una mano sobre el hombro-, tu madre está en coma, aunque aún no tengo el motivo exacto.

No me digas que me quieresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora