Capítulo 7

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*A Joana, gracias por apoyarme y ayudarme, eres magnífica<3 .

—Hola, gracias por venir y por ayudarme una vez más—digo sin mirarle directamente a los ojos, avergonzada. Cierro la puerta del coche y me acomodo en el asiento—. ¿Te importaría poner la calefacción? Me he quedado helada.

—Sí, por supuesto. Coge mi chaqueta, está en los asientos traseros, puedes ponértela, te sentirás mucho mejor. Con ese vestido y la rebeca que llevas no es de extrañar que tengas frío, es totalmente de verano—dice poniendo los ojos en blanco.

—Eres un cielo, no sé qué haría sin ti—frunzo un poco el ceño y le miro con desaprobación—. Este vestido me gusta y me lo puse anoche para salir un rato y pasarlo bien...

—Sabes que nunca te pregunto nada porque yo no mando en tu vida ni pretendo hacerlo, y también, que puedes contar conmigo para lo que necesites, pero—traga saliva—, después de ver el estado en el que estás ahora mismo...

—¿Qué estado?

—El maquillaje corrido por la cara, el vestido arrugado, despeinada... por no decir lo que hueles a alcohol todavía... me lleva a pensar todo lo que has podido hacer anoche y me duele en el alma.

—No digas nada, por favor—digo mientras le abrazo con mucha fuerza. A su lado me siento protegida. Cuando estoy junto a él, nada parece imposible. Rodeo su cuello con mis brazos y suspiro, me quedaría así por el resto de mis días—. Te contaré todo, pero ahora mismo no puedo—digo separándome de él.

—Vamos—dice un poco nervioso—, dime dónde te llevo.

—Llévame a casa, me preparo y desayunamos juntos. No hay nadie en mi casa, así que no tendremos problema. Podemos bajar a la cafetería o yo misma me encargo de preparar el desayuno, lo he hecho muchas veces.

—No puedo decirte que no, sé que no dejarías de insistir hasta escuchar un sí por respuesta—dice esbozando una pequeña sonrisa que me contagia. Buena señal, le ha gustado mi idea.

Dos horas después, termino de ducharme, arreglarme y secarme el pelo. Le había dicho que no tardaría mucho, pobre, debe estar harto de esperar por mí. Ojalá no se haya ido...

Bajo poco a poco las escaleras y un dulce olor llega hasta mí. ¿Qué será eso tan delicioso que huele tan bien?

—Estás de broma, ¿no? Dime que todo esto no es para mí.

En el tiempo que yo he estado preparándome, él ha ido a la compra y ha preparado un delicioso desayuno. Café, zumo de naranja, tostadas, fruta... No puedo pedir mejor compañía, ni tampoco un mejor desayuno. Soy tan afortunada por tenerle...

—Bueno, debo admitir que no es para ti, es para los dos—guiña un ojo—. ¿Te gusta?—dice con una pequeña sonrisa.

Corro hasta él y me agarro a su cuello. Me sube en sus brazos y los dos nos fundimos en un fuerte e intenso abrazo. Otra vez esa maldita sensación, esos nervios y esas cosquillas en el estómago.

—Eres lo mejor que hay, en serio—digo con las lágrimas a punto de escapar de mis ojos.

—Vamos, no digas mentiras y come, que se va a enfriar todo.

Después de desayunar, le pongo un mensaje a Irene agradeciéndole que me cubriese anoche e informándola de que ya estoy en casa. Sonrío al imaginarme la cara pondrá si le contase con quién he pasado la noche y me propongo no tardar mucho en vernos.

—Oye, me debes una explicación de lo de anoche, ¿no crees?—dice la voz de Miguel bajándome de mis pensamientos.

—La verdad es que aún lo tengo muy reciente, no me apetece recordarlo.

—Entonces, ¿no tengo derecho a saberlo? Sabes que tú y yo no tenemos nada, pero a la vez tenemos todo. Siempre te cuento cuando pasa algo, estoy ahí para ayudarte, y... ¿así me lo pagas?—pregunta incrédulo.

—No, por favor, no dramatices. Prefiero contártelo en otro momento más adecuado. Para mí eres como un mejor amigo, como un hermano... pero, entiéndeme, no quiero volver a recordar eso.

—Bien. ¿Tienes algo que hacer esta tarde? ¿O ya has quedado con tu misterioso acompañante?

Trago saliva y suspiro, buscando una explicación lógica o el porqué de su enfado.

—No, no tengo nada planeado. ¿Por qué?

—Entrenamiento a las 5 y media en las pistas nuevas de atletismo. Ve andando, no puedo pasar a recogerte.

—Pero... yo... es sábado y los sábados no solemos entrenar...—titubeo.

—Nos vemos. Espero que esta vez no me falles, hasta luego Esther—dice cerrando la puerta a su espalda.

Creo que ahora empiezo a comprender. Me atrevería a decir que está un poco celoso, y aunque hoy no tengo ganas de entrenar, no puedo fallarle, pronto empezarán las competiciones importantes y él es el único que consigue que entrene al cien por cien de lo que puedo dar.

-¡Ojalá no hubiese salido anoche!-grité en voz alta.

No me digas que me quieresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora