Capítulo 8

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—Ya estoy aquí—digo desganada.

Si no recuerdo mal, creo que este es el primer entrenamiento al que voy sin ganas y desilusionada en mis cinco años como atleta.

—Bien. Hace mucho frío, así que hoy no tienes por qué ponerte la ropa corta, no quiero que pilles un resfriado. Ah, y... siento decirte que los de fútbol también vienen hoy, sé que no te gusta pero no he podido hacer nada al respecto.

Mierda, mierda y más mierda. Espero que Alberto tenga una buena resaca o que se resfriase un poco anoche al darme su camisa en el parque. La imagen de su cuerpo desnudo viene a mi mente e intento borrar inmediatamente ese pensamiento.

—Miguel, por favor—digo intentando sonar lo más amable que puedo—, deja que me ponga mi ropa corta, aunque sólo sea las mallas... con el pantalón largo corro con más dificultad.

—Haz lo que quieras, tú serás quien lo pase mal si te resfrías—dice girando la cara hacia el lado opuesto en el que yo estoy.

—Voy a los vestuarios, enseguida vuelvo—digo en tono seco. Si quiere ir por las malas, veremos entonces quien es peor.

—No tardes, se avecina una buena tormenta y tenemos que adelantar todo lo que podamos—grita a mi espalda mientras yo camino con decisión hacia los vestuarios.

Entro uno de los baños para ponerme las mallas cortas y muy a mi pesar, me doy cuenta de que Miguel tiene razón, hace muchísimo frío. En otra ocasión, le hubiese hecho caso y hubiese entrenado a menos nivel y pasando mucho menos frío, pero hoy, no dejaré que se salga con la suya.

Salgo, me miro al espejo y, con mucha soltura y destreza, comienzo a trenzarme el pelo.

—Me gustas más con el pelo suelto, aunque sinceramente, tú siempre estás guapa, pequeña—dice lanzándome una insinuante mirada.

—Tú eres horrible de todas las formas que te pongas. Aunque, se me ocurre una manera de la que estarías muy guapo..

—A ver, te escucho gruñona...

—¡Ponte una bolsa en la cabeza y desaparece de mi vista, imbécil!—grito.

—Me quedaré por mucho tiempo contigo y antes de que puedas darte cuenta, me rogarás que no me separe de ti—dice sonriendo satisfecho de haberme hecho enfadarme. Se acerca poco a poco hacia mí y yo levanto ambas manos.

—Ni se te ocurra acercarte un paso más. Déjame, me voy a entrenar tranquilamente.

—Suerte, aunque... seguro que si echasemos una carrera, te ganaría—dice intentando hacerme rabiar.

—Ni aunque corriese con los ojos cerrados perdería contigo—digo con seguridad mientras me marcho.

He visto jugar muchas veces a Alberto y es buenísimo. El fútbol no es lo mío, pero por lo que he escuchado, Alberto es el mejor delantero de la liga regional, y aunque le han ofrecido muchas ofertas para otros equipos mejores, por alguna razón inexplicable, siempre ha dicho que no.

—¿Te estaban cosiendo los pantalones a mano o qué? Quince minutos para vestirte, ya está bien—dice en tono desagradable.

Cojo aire y lo suelto violentamente mientras aprieto los puños.

—Miguel, me has puesto un entrenamiento a traición un sábado por la tarde y para colmo, vienes de mal humor. ¿Aún por lo de esta mañana? ¿Quieres saber la verdad? ¡Pasé la noche con un hombre que de verdad me gusta y me hace sonreír! Aunque sea un idiota, me trata como una auténtica princesa. Nos diferencia mucha edad, pero, ¿y qué? Le quiero. ¡Le quiero!—digo subiendo el tono hasta alcanzar el grito en las dos últimas palabras y haciendo que todos los que están entrenando nos miren.

—¡Eres una niñata maleducada!—grita, aunque en un tono bastante más bajo que el mío —. Vamos, ponte a calentar, no sé a qué esperas. Si empieza a llover soy el primero que se va a ir de aquí.

—Pues créeme que si llueve, yo seré la primera que se quede. Ahora tengo ganas de entrenar y hasta que me canse no pararé de hacer lo que más me gusta—digo con mucha seguridad. Nunca me había enfrentado a él, pero sin duda debería haberlo hecho muchas más veces, porque realmente me saca de quicio.

Tras veinte minutos corriendo, comienzo a hacer mis series de velocidad y las gotas de lluvia empiezan a mojar mi ropa.

—Está empezando a llover, me voy. Ya te llamo y vemos el próximo entrenamiento. ¿Vienes o te quedas?—dice de brazos cruzados frente a mí.

—¿Esto es en serio?—río incrédula—. Por supuesto que me quedo. La preparación para las competiciones está antes que cuatro gotas de lluvia.

—Adiós—dice sin mirarme a la cara.

No puedo llegar a contestarle porque estoy llorando y no lograré articular palabra. La rabia y la ira recorren mi cuerpo de los pies a la cabeza, y que mejor manera de liberarla que corriendo.

Llovía con mucha fuerza, y estoy empapada. De vez en cuando, miro a Alberto y él me corresponde con una fugaz mirada que me hace saber que sigue ahí, lo que me motiva a seguir intentándolo.

Cada vez me encuentro con menos fuerzas, pero no quiero parar, soy más fuerte que cualquier discusión con Miguel. Tampoco he conseguido dejado de llorar desde que Miguel se marchó, treinta o cuarenta minutos atrás.

—Dos o tres veces más y me voy—digo en voz alta, intentando concienciarme a mí misma mientras me froto los ojos.

Segundos después de empezar, las piernas me fallan, y me quedo sin fuerzas para mantenerme en pie, por lo que caigo al suelo. Escucho a Pedro, el entrenador de Alberto como le grita y siento mucha paz cuando la lluvia cae con fuerza, despreocupada, sobre mi rostro, mezclándose con mis lágrimas. Tengo la respiración agitada y siento débiles punzadas en el corazón que me hacen apretar los puños. De repente y con la imagen un poco distorsionada, le veo frente a mí, de rodillas, en el encharcado tartán, con las gotas de lluvia escurriendo desde su flequillo.

—Esther, pequeña mía, no te duermas, por favor. Mantente despierta, dime algo—dice nervioso, titubeando. Aprieta la mandíbula y me coge en sus brazos con las lágrimas aflorando de sus dulces ojos color miel—. No te vayas, no me dejes ahora. Te quiero.

No me digas que me quieresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora