Capítulo 35

782 43 3
                                    

—Alberto, dime algo—digo con un débil hilo de voz. Se me forma un nudo en la garganta que casi me impide respirar y me provoca la sensación de que tengo una hoguera dentro de mí—. ¿Qué le pasa a mamá?

—Ha despertado—susurra con los ojos brillosos—. Pero no recuerda nada.

Agacho la cabeza abatida y dejo que sus brazos me rodeen. No sé si llorar o reír, si alegrarme o entristecerme más...

—¿Puedes entrar conmigo a verla?—murmuro elevando la vista hacia sus ojos que tanto me fascinan.

Sin decir nada, pasa el brazo sobre mis hombros y casi me arrastra a caminar con él. Sus movimientos son lentos y pesados, fruto del mal descanso y la agitación de las últimas horas. Justo cuando se dirige a abrir la puerta, le detengo colocando ambas manos en su pecho y le miro a los ojos con dificultad, ya que hoy, inexplicablemente, me cuesta sostenerle la mirada.

—No sé si lo que te puso en mi camino fue el destino, o si por el contrario, fue una casualidad, pero bendita sea. Llevo todo el trayecto de regreso dándole vueltas a esto, no se me ocurre alguna forma de agradecerte todo lo que estás haciendo por mí y por mamá. Pase lo que pase en un futuro, aquí estoy para lo que necesites.

Toda la entereza que había recobrado un par de minutos atrás se vuelve a esfumar como arena entre los dedos, volviendo a dejar paso a las lágrimas, que también comienzan a deslizarse por sus mejillas.

—Hey... nena... no tienes porqué agradecerme nada. Te quiero, eso es lo único que importa en este momento. Unidos en las buenas y en las malas. Siempre—dice mientras me limpia las lágrimas con su dedo pulgar.

Suelto de golpe todo el aire que tenía contenido en mis pulmones y entro en la habitación. La mirada de mi madre es inocente como la de un niño pequeño y su sonrisa despreocupada indica que no recuerda nada de lo que ha pasado.

—Mamá—susurro.

—¿Soy tu madre? Nunca creería poder llegar a tener una hija—me siento a su lado y comienzo a acariciarle las manos, las muñecas, el antebrazo y rodeo la aguja que la tiene conectada al gotero—. ¿Por qué tienes los ojos tan hinchados? ¿Has llorado?—pregunta preocupada.

—Sí, todos hemos estado preocupados por ti. Es una suerte que estés junto a nosotros, no podríamos vivir sin ti.

—Y mi novio, ¿no va a venir a verme?

—¿Ángel?—pregunto arqueando una ceja.

—No. David. David, mi novio.

Al escuchar el nombre de mi padre, el corazón se me acelera y me golpea el pecho con fuerza. ¿Cómo puede creer que su ex marido es su novio? ¿Acaso su cerebro ha vuelto hacia atrás?

Salgo al pasillo y le cuento a Alberto lo ocurrido. Aunque mi orgullo no esté dispuesto a rebajarse, mi corazón me pide que lo haga, por mamá y por su recuperación.

Espero al otro lado de la línea y al tercer pitido, escucho su respiración.

—Papá, necesito que vuelvas. Ha ocurrido algo—digo sin pensarlo.

—¿Qué?

—Mamá ha perdido la memoria y cree que tú aún estás con ella, creo que ha vuelto a su juventud. Tienes que venir, te lo suplico. Hazlo por ella, aunque yo no quiera ni verte. Por ella—rompo a llorar.

—¿De verdad? Cojo el primer vuelo hacia allí, espero llegar antes de que se haga de noche. Nos vemos cariño, te quiero.

Me acerco hasta Alberto que está sentado en una de las butacas y me ofrece sentarme sobre sus rodillas.

No me digas que me quieresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora