Capítulo 39

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Aprender no es cambiar, es crecer.

Me coge en brazos y me lleva hasta la cama. Se sienta y a continuación, me arrastra hasta tenerme entre sus piernas. Instintivamente, apoyo la cabeza en su pecho y vuelve a sacarme las lágrimas al notar su piel húmeda.

—¿Qué hacías en el salón llorando? ¿Va todo bien?—pregunta alarmado, acariciando mi vientre con ternura.

—No podía dormir—miento.

—Ya... seguro que llorabas porque no puedes dormir—ríe—. Vamos, amor, cuéntame.

—De verdad, todo está bien. Necesitaba desahogarme y dejar escapar unas cuantas cosas.

 —Aún con más razón creo que te sucede algo. ¿Confías en mí o no?—pregunta alzando una ceja.

Cojo aire y lo suelto despacio. Allá voy.

—¿Ya no te gusto?—pregunto insegura—. ¿Ya no me quieres? Estoy mal porque las cosas cada vez se vuelven más difíciles...

—Esther, cariño, no digas eso ni de coña, por favor—me abraza con fuerza y me besa repetida y sonoramente la frente y el dorso de las manos—. Te  juro que no he dejado de quererte desde el primer segundo que nos encontramos. Me encantas.

Le sujeto la cara con una mano a cada lado de su mentón y me lanzo con furia a sus labios. Le beso despacio, con besos cortos y algún que otro mordisco que le hace soltar una risilla tonta, y poco a poco, la intensidad va aumentando y su lengua se introduce en mi boca desesperada a la vez que baja la cremallera de la chaqueta, y sus manos ascienden por mi vientre hasta llegar al borde de mi sujetador.

Nos separamos para coger aire y me sonríe con los labios hinchados. Se tumba con la espalda pegada al colchón y me tumbo a su lado, con mi cabeza bajo su brazo extendido. Se rasca la barba y sonrío. Había olvidado que yo misma le pedí que no se afeitase.

—Si te molesta puedes afeitarte. También estás muy guapo sin la barba, amor.

—No, está bien. Además, a mí también me gusta verme así, diferente, más adulto—sonríe.

—Siento lo que ha pasado. Ha sido un día tan largo y tan difícil que tenía que explotar de alguna manera...

—No tienes porqué disculparte. Ahora duerme. Mañana tengo preparado para ti un día larguísimo y que de seguro te encantará. Prometo no soltarte más en toda la noche—me pega más a su cuerpo y cierro los ojos envuelta en la calidez de sus brazos y el vaivén de su pecho al respirar.

—Prometo no soltarme de tus brazos en lo que queda de noche—susurro.

Minutos después, caigo rendida ante el sueño tras uno de los días más complicados que he tenido hasta el momento.

***

Despierto de un sueño extraño y me froto los ojos a la vez que emito un bostezo casi animal. La novia de Miguel estaba a bordo en un avión, de azafata, y yo también viajaba en ese mismo vuelo.

Extiendo brazos y piernas todo lo que puedo y me propongo a mí misma aprovechar la mañana al máximo. Me levanto de la cama y camino, descalza, con el pelo alborotado y a medio vestir hacia el salón, donde se encuentra Alberto poniendo la mesa.

—Buenos días amor mío. ¿Vas a prepararme el desayuno?

Ríe y me aplasta un poco la melena alborotada. Me da un beso en la frente y risueño, me señala el reloj de la pared. Las tres menos diez.

—Siéntate a la mesa, vamos a comer. Después tenemos tanto que hacer...

Disfruto inmensamente de mi pollo al horno, cocinado por mi particular y maravilloso cocinero y me meto en la ducha para prepararme mientras medito qué ponerme.

No me digas que me quieresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora