Capítulo 10

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-¿Qué haces tú aquí?-digo enfadada. Un dolor muy intenso golpa mi cabeza. Cierro los puños con fuerza para tratar de soportarlo y de paso, fingir que todo está bien. No puedo mostrar dolor delante de él.

-En cuanto supe lo que había pasado vine a ver que tal estabas, pero ya veo que muy bien.

-Pues ves muy mal.

-Te vuelvo a repetir, ¿qué tiene que ver ese idiota contigo? -dice con gesto enfadado, y de nuevo el dolor me sacude las entrañas.

-No tengo porqué darte ninguna explicación de mi vida-cierro los ojos y resoplo, intentando calmarme, en vano-. Y que te vaya quedando claro que él no es ningún idiota. Si estoy aquí es por culpa tuya, y él fue quien me salvó cuando tú no estabas allí, cuando te fuiste.

-Me fui porque llovía y..

-¡Te fuiste porque estabas enfadado por lo que te había dicho! -le interrumpo. Comienzo a llorar de rabia y del dolor que me estan provocando los pinchazos en la cabeza-. ¿Pero sabes qué? Aquí el idiota eres tú porque estás celoso de Alberto que ha sido capaz de hacer que le quiera, cosa que tú no.

Me quedo estupefacta ante lo que acabo de decir. ¿De verdad soy yo quién habla?

-¿Te estás escuchando? No sabes lo que dices niña. Eres una cría de 15 años que no sabe ni dónde está parada. Así que saliste con el futbolista ese patético.. ¡pues que te vaya bien!

-¡Mierda!-grito. Me dejo caer abatida sobre la almohada ante dolor tan insoportable que estaba sintiendo ahora mismo.

-¿Qué te ocurre? Esther contéstame, tranquila. Respira hondo. Expulsa el aire.

-Sal al pasillo y busca un maldito médico-murmuro enfadada.

Miguel abre la puerta y en ese instante aparece Alberto. No podría haber escogido un momento mejor.

-¡Ayuda, un médico por favor!-grita muy agitado y nervioso.

Alberto corre hasta llegar a la cama al verme con tal gesto de dolor. Me agarra la mano y deposita un suave beso en mis labios que por unos segundos me hacen olvidarme de todo a mi alededor. Me limpia las lágrimas de la cara con la manga de su chaqueta ante la mirada atónita de Miguel, que arrinconado en una esquina, aprieta los puños y suelta unas cuantas maldiciones en bajo que no logro comprender, ni me importan.

-Apriétame la mano cada vez que el dolor se haga más fuerte-dice rodeándome por los hombros con la mano que tiene libre.

De repente, tres médicos entran en la habitación. Me transportan en la camilla por los pasillos y Alberto me acompaña hasta que una enfermera le detiene el paso y le impide continuar.

-Tranquila, todo saldrá bien. Te espero en tu habitación pequeña-grita mientras me alejo.

Un enfermero con aspecto de estar enfadado se acerca con una mascarilla hasta mi cara.

-Cuenta hasta cinco y respira fuerte.

Un, dos, tres...

No me digas que me quieresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora