—¿Qué es lo que no aguantas más?—digo poniendo los ojos en blanco y agarrándole ambos brazos para que no pueda moverse.
—¿Tú que crees? Dudo que pueda llegar a casa, tengo la vejiga a tope—me mira extrañado—. ¿Qué te pasa que estás tan rara?
—Quiero irme a casa ya, por favor. Es una súplica—digo fingiendo tristeza.
—Estás rarísima, Esther. Anda, vamos a casa, te hace falta descansar.
Me agarra por la muñeca, presionándome y haciéndome daño. Camina hacia la puerta tirando de mí. Me suelto de su agarre y camino pisando con fuerza. ¿Por qué tiene que tratarme así? Cuando se enfada no le entiendo y me enfada mucho a mí.
Se monta en el coche y da un portazo. Le miro seria y me cruzo de brazos. Me da pena que las cosas se vuelvan negras después del gran día que hemos pasado juntos.
—¿Qué coño te pasa?—dice por fin, enfadado.
—Nada, quería irme, me he agobiado—digo girando la cara hacia el lado opuesto al que él se encuentra, hacia la calle.
—Sé que mientes, Esther, mientes descaradamente—dice con la mirada fija en mí, pero con media sonrisa.—¿Por qué? ¿No confías en mí?
—No, cariño, no es eso...—digo apenada.
—Entonces explícamelo, por favor.
—Vi algo en el baño que no quería que vieses—digo agachando la cabeza.
Para el coche y se desabrocha el cinturón. Se gira y me pega a su cuerpo, y yo me quedo rígida e inmóvil sin saber que hacer. Trago saliva y le miro a los ojos confiada. Sé que está esperando a que continúe, así que lo hago. Hoy me siento muy segura de mí misma y sin miedo a nada. Sé que no va a pasar nada con Alberto, que Miguel es demasiado inofensivo como para hacerle daño.
—Vi a Alberto en muy mal estado, creo que ni a su peor enemigo le desearía estar así. Se encontraba realmente horrible—digo cerrando los ojos con fuerza, intentando borrar la imagen de mi cabeza.
—¿Ni siquiera a mí?
—¿Por qué iba a odiarte él? Tiene un gran corazón, me ofende que pienses eso de Alberto, es una persona magnífica.
—Porque le he quitado su tesoro más valioso. A ti—sonríe orgulloso y me besa el pelo.—Ni te imaginas lo importante que eres para mí, Esther. Cuando terminé mis estudios de Ciencias del deporte y leí en el periódico que el club de atletismo se quedaba sin entrenador y podía desaparecer no dudé dos veces el aceptar el cargo. He crecido aquí, este es el deporte que me ha dado la vida. El atletismo me ha acompañado en los peores momentos, en los que ninguna persona estaba ahí. Y no me arrepiento, porque gracias a eso, te conocí a ti y a otros cuantos más de chicos que merecéis realmente la pena. Tú has estado la temporada pasada a tres puestos del oro, quedaste cuarta, pero eso no me importa ni lo más mínimo, te lo aseguro. No me arrepiento nada de haberme acercado poco a poco a tu corazoncito, ni tampoco de haber pasado tantas horas consolándote cuando estabas mal o celebrando contigo tus éxitos. Eres el premio más importante que he conseguido en toda mi carrera como atleta—apoya su barbilla en mi cabeza y sorbe por la nariz.
Aprieto la mandíbula y respiro hondo, pero nada de esto me sirve para parar de sollozar.
—Tengo tanto que decirte, pero no puedo... gracias por todo mi amor.
Y rompo a llorar definitivamente, con un llanto incansable, dejando salir los sentimientos contenidos que se han producido en mí durante todo el día. Este hombre es absolutamente maravilloso. Si echo la vista atrás en los últimos dos años, él ha sido quien ha cuidado de mí como un hermano mayor. Siempre me advertía cuando creía que algo podía ser perjudicial para mí, y siempre estuvo en todos los momentos importantes para mí, ya fuesen malos o buenos.
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No me digas que me quieres
Ficção Adolescente{COMPLETADA} -Soñaré contigo entonces, princesa. ¡Te quiero!-grita. -No me digas que me quieres o me veré obligada a besarte hasta que digas lo contrario-digo intentando parecer seria, aunque no puedo aguantar la risa más de dos segundos. Esther...