Capítulo 19

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Tras dos largas horas de viaje en coche, por fin llegamos a la casa de los padres de Alberto. Está construida en una pequeña meseta, con tejado de pizarra y muchas enredaderas por la pared, grandes ventanales y un balcón enorme sobre la puerta. La nieve ha cubierto por completo el jardín y lo que parece ser una fuente.

Me quedo montada en el coche y en silencio, mirando a mi alrededor.

-Cariño, ¿ocurre algo?-dice cogiéndome ambas manos-casi no has hablado en todo el camino y estás muy seria.

-No, no pasa nada, simplemente estoy nerviosa por saber que tal les caigo a tus padres y que les parezco, eso es todo-sonrío con tranquilidad. Le doy un beso en la mejilla y me desabrocho el cinturón de seguridad-. Vamos, tus padres tendrán muchas ganas de verte.

Cogemos las maletas y avanzamos entre la nieve hasta llegar a la puerta. Nos miramos con complicidad y me besa la frente.

-Todo va a salir bien, ya verás pequeña.

-Todo va a salir bien-repito en mi mente mientras él toca al timbre.

Un señor de unos sesenta años aproximadamente abre la puerta, acompañado de una señora que tendrá su misma edad, pero sin duda, no la aparenta. Se crea un silencio bastante incómodo que rompe la señora al dar un paso al frente.

-Hijo-dice la mujer acercándose a él lentamente. Tiene el cabello a la altura de los hombros, negro azabache y los ojos color miel, idénticos a los de Alberto.

-Mamá, estás muy guapa-dice mientras le acaricia la mejilla-. Hola, papá-murmura sin apenas mirarle.

-Hola hijo mío-dice el hombre entristecido. Su rostro refleja cansancio y lucha constante contra algún revés de la vida. Tiene el pelo color castaño y los ojos azules.

Ambos me observan con curiosidad y miran a Alberto esperando alguna respuesta. Me sonrojo.

-Ella es Esther, mi... novia-dice nervioso.

Los dos me saludan con dos besos y un abrazo y nos invitan a pasar.

El salón es amplio, con sofás grandes y en tonos claros y una gran televisión. Una de las paredes está únicamente decorada con trofeos de caza y cornamentas de animales, y en otra hay un gran retrato de dos personas el día de su boda, supongo que se tratará de los padres de Alberto.

-He preparado la habitación que usabas cuando eras pequeño porque pensé que vendrías sólo, pero creo que debo preparar otro cuarto para tu preciosa acompañante-dice guiñándome un ojo en señal de complicidad.

-Descuida mamá, dormiremos en la habitación de matrimonio que hay al fondo del pasillo, yo mismo la prepararé-me mira con una gran sonrisa-. ¿Me acompañas?

Asiento.

Al igual que el salón, las escaleras también son espectaculares. Llegamos a la planta superior. El pasillo es ancho y largo, con puertas de madera blanca a ambos lados. A lo largo de éste, hay fotos de la familia. Empiezo a observarlas detenidamente y me doy cuenta de que, llegando a unas Navidades concretas, no hay más fotos de Alberto con sus padres ni con otras dos mujeres, que posiblemente sean sus hermanas, ya que tienen rasgos similares entre ellos.

-¿Vienes o qué? No te entretengas mirando cosas sin importancia-dice desde la última puerta del pasillo. Camino deprisa hasta colocarme a su lado y frente a la puerta. Al abrirla, descubro que hay una gran cama de matrimonio en la que, perfectamente, podrían dormir hasta cinco personas, un armario, una televisión y algunos muebles más, todos de madera color claro-. Esta será nuestra habitación durante el tiempo que pasemos aquí. ¿Te gusta, cariño?

No me digas que me quieresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora