Capítulo 23

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Me giré lentamente para evitar caerme y le miré con una sonrisa.

—¿Eres tú el responsable de esto?

—Lo soy—dijo sonriente. Una de esas sonrisas idiotas que enamoran y que te llegan a lo más profundo del corazón.

Caminé hacia la cama y encendí la luz de la habitación. Encima de la colcha había un corazón hecho con pétalos de flores rojas, en cuyo centro había una E dibujada con pétalos blancos, un pijama de invierno, cepillo de dientes y zapatillas de andar por casa.

—Es para ti, cómo símbolo de que te quiero y de que estoy dispuesto a que pases en mi casa todas las noches que lo necesites.

—Gracias, cariño. Pero... esta noche no me apetece hacer nada. Sólo quiero dormir. Estoy muy mareada y me duele la cabeza. Ni siquiera sé si te estoy mirando a ti o a tu hermano gemelo.—dije riendo intensamente.

Cerró la puerta y quitó la colcha de la cama con cuidado para no estropear el corazón que simbolizaba nuestro amor. Me dejé caer de espaldas en la cama, me quitó su camisa y me ayudó a vestirme con mi nuevo pijama. Me cubrió con las sábanas y me dio un pequeño beso en la frente. Se metió en la cama junto a mí y me abrazó por la espalda con mucho cuidado.

—Gracias—susurré.

***

Tengo la sensación de que un taladro está penetrando en mi cabeza. Anoche no debería haber bebido tanto. Me separo de Alberto y apoyo mi espalda en el cabecero de la cama. Todo sigue dándome vueltas, al igual que hace unas horas. Busco mi teléfono móvil por todos lados, pero ni rastro de él. Posiblemente, anoche lo dejase en la otra habitación. Para mi suerte, en la mesita de noche hay un reloj digital que marca las 7:50. Apenas habré dormido unas cuatro horas y estoy realmente cansada.

Siento la necesidad de ir al baño, pero dado mi estado, dudo poder llegar sana y salva hasta él.

Golpeo repetidamente y con suavidad el brazo de Alberto para despertarle.

Me mira con los ojos entreabiertos y con gusto extraño.—¿Qué pasa? ¿Qué hora es?—dijo con la voz muy ronca y de manera que casi no pude entenderle.

—Acompáñame al baño, por favor. Creo que sola no podría alejarme dos pasos más allá de la cama sin caerme.—susurré.

Resopló y se incorporó poco a poco. Rodeó la cama y me ayudó a levantarme. Caminábamos agarrados del brazo como dos ancianos. Al llegar, me dejé caer de rodillas delante del retrete y no pude reprimir las ganas de vomitar.

—¡Agh, qué asco!—dijo Alberto mientras se tapaba la nariz con una mano y con la otra me retiraba mi melena alborotada de la cara.

—Esto es culpa tuya—dije mirándole enfadada.

Me encontraba tan débil que no fui capaz de levantarme por mí misma. Me aferré con fuerza a su brazo y le indiqué que me ayudase a llegar hasta la cama. Allí, Alberto me arropó. Se puso el pantalón de su pijama y salió de la habitación sin decir nada más.

En ocasiones, me pregunto como puede dormir semidesnudo en invierno y andar así por su casa como si fuese normal.

Siento sus pasos cerca y dejo mis pensamientos en las nubes para volver a bajar al mundo. Aparece ante mis ojos con una bandeja. Antes de su llegada no tenía hambre, pero al ver esto, mi estómago comienza a rugir de hambre. Le miro y le dedicó una amplia sonrisa en agradecimiento a todo lo que trae para mí: zumo, frutas, cereales, galletas y una deliciosa y humeante taza de café caliente.

—No tenías..

—No digas nada más—me interrumpe—esto es para ti, para que cojas fuerzas y afrontes el día con tu preciosa sonrisa.—dice mientras se sienta a mi lado en la cama y yo comienzo a desayunar.

No me digas que me quieresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora