Capítulo 36

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Pestañeo un par de veces, incrédula, y sonrío irónicamente. Sin pensarlo, echo a correr hacia él y Alberto logra alcanzarme un par de metros antes de que mi puño golpease su cara.

—¿Ángel? ¿Qué haces tú aquí? ¡Ni siquiera tienes la dicha de ir a ver a mi madre pero sí de andar viendo cunas! ¡Capullo!—grito enfurecida.

Alberto me aprieta la muñeca aún más fuerte en señal de que todo el mundo nos mira, aunque eso es lo que menos me importa ahora mismo.

Ángel se queda inmóvil, casi parece que vaya a echar a correr de un momento a otro, pero no lo hace. Mira avergonzado hacia el suelo y continúa como si nada, mirando más cosas de la tienda.

—Nena—susurra—. Tranquilízate, vámonos. Podemos buscar otro sitio.

Me obliga a caminar a su compás y yo vuelvo la vista atrás por última vez para dedicarle la mirada más despreciable que tengo.

—Desde el primer momento supe que no era de fiar. Lo sabía. Se lo dije a mi madre y te lo dije a ti.

—Tu madre ahora no recuerda nada. ¿No puedes parar de pensar en ti y por un instante hacerlo en los demás?—dice deteniéndose y mirándome fijamente—. No vuelvas a comportarte así.

—Gracias por demostrarme que te importa más lo que piense la gente que como yo esté.

—No me importa más lo que diga la gente que tú, y te lo estoy demostrando ahora mismo.

—¿Ah sí?—le desafío.

—¿Crees que si me importase lo que dice la gente estaría con una chica trece años menor que yo en un sitio repleto de gente? ¿Crees que si me importase lo que mire la gente haría esto?—me sostiene por la mandíbula y me besa con furia, tanta que cuando nos separamos, necesito coger aire.

—Vayamos a casa por favor—digo girando la cabeza hacia otro lado.

—Esther...

—Por favor.

Me ofrece su mano y se la sostengo sin decir nada más.

Pasamos todo el trayecto en silencio y al llegar a su casa, me dejo caer en el sofá. Me mira con desaprobación y niega varias veces con la cabeza.

Estoy enfadada y no quiero hablar con nadie, al menos en la próxima hora. Cojo el libro de Buenos días princesa que él me regaló y comienzo a releerlo.

Leona se desliza a mi lado y me observa desde el suelo con curiosidad, supongo que la tampoco podrá entender lo que me ocurre, porque ni siquiera yo misma lo sé.

—Té verde, como a ti te gusta—dice dejando una taza humeante negra en la mesita.

—Gracias—susurro sin levantar la vista de mi libro.

***

Apuro el último sorbo y coloco el marcapáginas en el libro antes de levantarme. Son casi las once y media y aún no tengo sueño, pero me empieza a doler la vista.

—¿Alberto?—pregunto en voz alta, pero sin llegar a gritar.

—Estoy en la cama. ¿Me necesitas?

Entro en la habitación en silencio y me siento en el otro lado de la cama, de espaldas a él.

—Perdón por mi comportamiento. Estoy un poco alterada y es un poco difícil pensar con claridad. Lo siento.

Me rodea con sus brazos por la espalda y apoya la cabeza en mi hombro.

—Yo...

—Chsst. No digas nada más.

No me digas que me quieresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora