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Cada segundo que pasaba era una tortura. Cada paso que daba era una daga atravesando el nudo formado en su garganta. Cada gota que caía por el contorno de su rostro era un grado más de temperatura para su cuerpo. Y aún así, no se detenía.

"¿¡Tienes la cara para estar aquí!?"

La adrenalina, la inconsciencia y la ambición se estaban llevando una por una cada barrera, tomaban del pelo cada señal de desvanecimiento y  arrancándolo a la fuerza de su cuerpo en clara señal de emergencia. Y funcionaba a la perfección, porque nadie más podía verlo.

Perdió la cuenta de las veces que sus pies tocaron el balón y danzaron contra el suelo un compás vacío de técnica, pero perfecto en desvío y colocación. El primer tiempo estaba finalizando sin anotaciones y rogaba que nadie notara su condición para poder seguir jugando.

Ryo no sacaba la mirada de ella, analizaba cada gesto, cada movimiento y ella no se atrevía a devolvérsela. Sin palabras de por medio. Las sonrisas y bromas entre sus compañeras apaciguaban toda inseguridad, tensión y nervios. Era su manera de mantener la calma en el equipo.

Necesitaba terminarlo. Necesitaba terminar ese partido y no llegar a la extensión y mucho menos a los penales. Necesitaban anotar e impedir que el contrario anote.

— Algo no esta bien. —murmuró Hajime. Toru a su lado afianzó su mirada sobre la muchacha sentada en la banca junto a sus compañeras, entonces no era el único que lo había notado— No lo entiendo, pero tengo un mal presentimiento.

Había algo que si era claro, no estaba disfrutando el partido como siempre solía hacerlo, era como si estuviera ida, su mente no estaba en el juego.

"No voy a ser el único que pierda aquí."

El silbato para volver al campo de juego sonó.

— Himura-san... —la voz rota de Ryo-san le paralizó el corazón. Estaba afuera.

No se giró a verlo, quedaron solo ellos dos a un lado del límite dibujado en el suelo. Ella solo se detuvo mirando el mismo, pero nada más salió de su boca.

— Por favor.

Fue todo lo que dijo ella. No necesitó nada más. La súplica en su tono de voz fue suficiente para terminar de hacerle entender que no importaba lo que dijera, no iba a cambiar esa idea tan penetrada en su mente.

No esperó una respuesta de su parte, volvió a formarse entre sus compañeras y el partido continuó de la misma manera.

Pero ya no podía disimularlo más, las lágrimas corrían con desesperación por su rostro y sus manos ya no eran suficientes para sacarlas del camino sin perder de vista el juego. Faltaban diez malditos minutos. Eternos diez minutos.

— ¡Paren el partido! —gritó desde las gradas pero era absurdo, nadie podía oírlo entre tanto bullicio. Solo consiguió que la gente a su alrededor lo vieran extraño y como un demente.

Presionó sus puños lleno de impotencia ¿Acaso nadie podía ver lo que estaba pasando? Toru bajó hasta donde estaba su cuñado sin importarle el hecho de que él no podía estar ahí y lo tomó del brazo mientras intentaba recuperar el aliento.

— ¡¿Qué estás haciendo?! ¡¿Por qué no la sacas?!

Ryo ni siquiera lo miró, sus pupilas dolidas en ningún momento se despegaron de Himura. Y entonces él lo entendió. No estaba de acuerdo con nada de lo que estaba pasando, pero aún así, a pesar de tener el poder de detener todo, no lo hacía. Era como si fuese el General que envió a su propio hijo como kamikaze a la guerra.

Intenta odiarme... | Oikawa TooruDonde viven las historias. Descúbrelo ahora