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La pared del pabellón más lejano tronaba como si estuviese parada en medio de una guerra. Cada pelotazo que pegaba contra el mismo pasaba desapercibido bajo el ocaso donde ya nadie quedaba en el instituto.

¡Maldita sea! —pegó el último mandándolo a volar vaya uno a saber donde.

Apoyó sus manos sobre sus rodillas respirando con una gran dificultad. Se había agotado de maldecir, de golpear al pobre muro desquitando el dolor de haber perdido el partido más importante del año, dejando a su equipo fuera de las nacionales.

Lo siento, mamá, papá, Hiro...

Sus balbuceos comenzaron a ser tapados  por chillidos del otro lado del campo deportivo. Enderezó su cuerpo y buscó con la mirada de donde venía tal sonido molesto. Y sus ojos captaron a un grupo de chicas acosando una vez más al colocador estrella del club de voleibol.

Mandó a volar sus pupilas cansada de ver siempre el mismo capítulo del manga shouyo del muchacho.

Estrelló una última vez el balón contra la pared y, dejándolo allí, se marchó.

— Himura. —Iwaizumi estaba tomando el esférico a sus espaldas, tragó pesado, no se sentía con la resistencia suficiente como para mirarlo sin quebrarse— Lo hicieron bien.

La pena y el aliento resaltaba en su voz, y ella no supo si eso era lo mejor que podían recibir sus oídos en ese momento.  Apenas pudo girar su cabeza hacia un costado, chocándose una vez con la escena de Oikawa a unos metros. Así como Hajime tenía el balón en sus manos, el mismo voló con una perfecta puntería hacia la nuca de su compañero, acertando y asustando a las niñas. El morocho odiaba esas escenas, las odiaba igual que ella; que en ese momento no hizo más que seguir caminando con la cabeza gacha, lejos de ellos.

A la semana siguiente, los papeles se habían invertido y quienes estaban caídos eran los miembros del club de voleibol. Una vez más habían sido descalificados del torneo de primavera, arrebatándoles el sueño de pisar la cancha a nivel nacional.

Natsu despegó la mirada del gran ventanal que daba al campo deportivo y, esquivando la mirada de un entusiasta director dando el discurso de cierre del ciclo lectivo, observó a su compañero dos asientos más allá apretar los puños mientras se miraba sus propios zapatos. Tampoco le estaba prestando atención al anciano, seguramente seguía batallando contra sus propios pensamientos sobre aquel partido contra el Shiratorizawa.

Finalizado el acto, se acercó a él y le repitió aquellas mismas palabras que unos días atrás él le había dedicado.

— Lo hicieron bien.

Iwaizumi se sorprendió, pero le sonrió. Ni siquiera tuvo que decir "gracias", ya lo había entendido.

— ¿Cómo está... él?

No podía creer que estaba preguntando por el mismísimo idiota, pero la curiosidad escapó de su boca sin previo aviso y la cara picara del muchacho acababa de noquearla.

Intenta odiarme... | Oikawa TooruDonde viven las historias. Descúbrelo ahora