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Que noche tan pesada, su cabeza no había descansado mucho después de que tan sólo le tomara un segundo replantearse su situación con Ryotaro.

¿Iba a poner las cartas sobre la mesa o iba a seguir cegada, acostumbrándose a lo absorto que se había vuelto todo? Comprendió que las cosas habían cambiado, que a pesar de apreciarlo mucho ya no sentía ese revoloteo en su estomago cada vez que lo veía, se dedicaba simplemente a sentir alivio de que aún estuviera presente. Se había vuelto demasiado molesto y patético aquel sentimiento, siendo que su vida estaba siendo ya bastante absorbida por sus responsabilidades.

Al finalizar las clases, Natsu fue al gimnasio a disculparse con sus compañeras por lo que había ocurrido el partido anterior. Cruzó la puerta y se sorprendió al encontrarse con todas ellas ya entrando en calor, tan entusiasmadas que ni notaron su presencia allí. No había llegado tarde ni muy temprano, entonces ¿Qué estaba pasando?

— Buenas tardes, Himura-san. —oyó que la saludaban por un costado de la cancha.

Se acercó sin perder su asombro y saludó de igual manera y con una reverencia a Sadayuki Mizoguchi, entrenador del club masculino de voleibol.

— Buenas tardes, Mizoguchi-san. ¿Qué lo trae por aquí hoy?

Él mismo señaló a un hombre que Natsu había notado estaba a su lado.

— Te presento a Kanashiro Ryo, el nuevo ayudante de tu equipo.

El hombre de cabellos negros y ojos grisáceos le saludaba sonriente mientras Natsu lo miraba como si hubiese encontrado un diamante bañado en oro puro; sin habla, no reaccionaba de que aquello realmente estuviese pasando porque ¡por supuesto que sabía quién era él! Entrenador de uno de los equipos de la liga mayor de fútbol masculino.

— Himura-san...

Le susurró Sadayuki y recién ahí la muchacha aterrizó nuevamente en la Tierra.

— ¡Lo siento! —estrechó su mano rápidamente avergonzada — Mi nombre es Himura Natsu, soy la capitana. ¡Es un honor conocerlo!

— El placer es mío. Lamento no poder unirme como su entrenador oficial, pero prometo ayudarlas en todo lo que pueda.

Natsu estaba en el maldito paraíso.

— Por favor, no se preocupe por eso. Que nos comparta su sabiduría y experiencia es algo enorme para nosotras. ¿Pero cómo...?

Nakashiro negó con su cabeza.

— Ni siquiera lo menciones. —se giró a mirar a las jugadoras que no paraban de trotar y saltar cabeceando pelotas— Tienes chicas muy sólidas aquí,  estoy impresionado por su nivel a pesar de haber estado tantos meses sin un entrenador. Algo me dice que fue todo mérito tuyo.

Natsu lo imitó siguiendo su visión hacia sus compañeras.

— Cada una es responsable de su propio progreso, yo sólo puedo tomar un poco de crédito por la constancia que siempre intente inculcarles, a que no pierdan la motivación ni se rindan siendo que el camino se estaba volviendo difícil y nos sentíamos un poco solitarias.

— Eres muy fuerte, Himura-san. En verdad te admiro.

Los ojos carmín de la muchacha brillaron al punto de casi dejar ir una lágrima ante la sinceridad con las que sonaron esas palabras. Su corazón no pudo evitar acelerarse porque, en ese momento, sintió una calidez paternal inundar su pecho.

Cuando se dio cuenta de lo transparente que estaba siendo, escondió su expresión en una reverencia llena de agradecimiento.

— Estoy muy agradecida de que esté aquí.  En verdad, siento que mis hombros se alivian un poco.

— No te preocupes. Tengo entendido que por ahora necesitas estabilizar tus energías y descansar. Ve a casa por hoy, yo me haré cargo del entrenamiento.

Ella abrió la boca dispuesta a reprochar, pero...

— ¡Pero-!

— "Pero" nada. Quisiera tenerte aquí aunque sea con un ochenta por ciento de ti, mira esas ojeras, son un claro indicio de que no estás ni en un treinta por ciento para soportar mi entrenamiento ahora mismo.

Tomó aire y largó un apenado suspiro ante la frustrante realidad. No sólo su cuerpo no estaba en las mejores condiciones sino que su cabeza estaba en la órbita de Júpiter. Comenzó a sentir aquello como una falta de respeto hacía el hombre parado frente a ella, tenía que realmente aprovechar y valorar con toda su fe su sabiduría, detestaba sentir que hacía las cosas a medias aunque la ansiedad le daba pelea.

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Saliendo del instituto se encontró con el dúo amorodio de voleibol. Amor, amistoso, por Iwaizumi y odio por Oikawa. Vestían sus equipos deportivos, camino al gimnasio.

— ¿Ya te vas a casa? —cuestionó curioso el azabache.

Ella asintió con una triste sonrisa.

— La práctica de mi equipo queda en buenas manos gracias a Mizoguchi-san. Así que puedo ir a casa a ponerme al día con las materias.

Hajime frunció el ceño.

— "A descansar", querrás decir.

Sabía que su compañero retrucaría con  aquello. Después de lo que ocurrió el día anterior nadie pensaba darle tregua.

— Prometo que lo haré una vez que pase en limpio mis apuntes. No me llevará mucho y aún la tarde es joven.

Iwaizumi suspiró con efecto cansino y observó el detalle de las llaves colgando de su dedo anular.

— Conduce con cuidado, por favor. Me avisas cuando llegas.

Natsu notó el porqué de su repentino comentario y asintió con total seguridad para darle tranquilidad.

— Por supuesto, ten una buena práctica. Adiós.

Se marchó pasando por al lado de un invisible Oikawa que no había dicho ni una sola palabra durante su encuentro. Eso hasta le hizo ruido a su As, al punto de preocuparlo.

— Oye...

— Vamos.

Cortó cualquier indicio de conversación que intentaba comenzar Hajime. Obviamente éste notó que algo no estaba bien y aquello se vio reflejado en la práctica misma, donde sus servicios se habían vuelto un asco y las colocaciones no centraban en ninguno de sus compañeros.

Para cuando finalizó el entrenamiento, la paciencia de Iwaizumi había llegado a cero, encarando a su capitán en los vestidores.

— ¿Piensas decirme que demonios pasa contigo o esperas que te rompa una pierna para que lo hagas?

— ¡Estoy furioso! Eso es lo que pasa. —descargó aquel sentimiento que estaba reprimiendo vaya uno a saber desde cuándo.

Hasta el hilo natural de su respiración se vio afectado.

— ¿Qué te tiene así?

— Mañana después del entrenamiento te vienés conmigo.

Cerró su casillero con fuerzas abandonando el lugar a paso pesado. Su amigo lo siguió totalmente absorto ante inesperada respuesta. ¿Qué carajos pasaba por su mente ahora?

Intenta odiarme... | Oikawa TooruDonde viven las historias. Descúbrelo ahora