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El despertador sonó a las seis de la mañana y con mucha pereza lo apagó para darse la vuelta y taparse con la frazada hasta el último pelo de su cabeza. No quería levantarse, estaba totalmente negada a ir a clases y encontrarse con Ryotaro. Sabía que si lo veía, como mínimo, iba a romperle la cabeza a patadas o llorar desconsoladamente delante de todo el instituto. No, la verdad que de solo pensarlo su cabeza dolía.

Se sentó en la cama y un mensaje de su jefa la esperaba en su celular.

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Tras ser llamado su nombre en la recepción del edificio, subió al tercer piso e ingresó a su oficina. Ella la esperaba allí y su cara no parecía traer buenas noticias y el nudo en su estómago estaba atorado desde que salió corriendo de su departamento.

— ¿Cómo has estado, Himura-san?

Esa forzada pregunta comenzó con la primer daga en su espalda. Ella enderezó su postura y evitó responder la misma pregunta.

— Primero que nada, quiero disculparme con lo que ocurrió ayer en la tienda. Me confiaste una tarea muy importante y no debí permitir que un problema personal influyera en el mismo. Estoy muy apenada.

Su jefa suspiró, su mirada enseñaba comprensión pero su sentido profesional le decía que estaba más que arruinada.

— Tienes suerte que un amigo tuyo se hizo cargo de la tienda cuando te fuiste. Tus compañeros hablaron muy bien de él. Dale las gracias.

Natsu lo pensó por unos segundos. ¿Amigo? Recordó que Oikawa no estaba solo ahí y que sólo él fue tras ella. Lo que significaba que Iwaizumi había sido el héroe sin capa. Realmente le debía una grande.

— Yo no sé en qué te metiste, Himura-san, pero he recibido órdenes directivas de que te desvincule de la empresa. —y ahí fue cuando la cascada de dagas se clavó en cada parte de su cuerpo, escuchando lo peor— La hija del CEO estaba con su prometido en esa tienda ayer y al parecer vio la escena que protagonizaste. Hice todo lo posible para protegerte, pero quiere darte la baja inmediatamente.

Entendía, era tan claro como el agua. Entendía quién era esa mujer y no pudo evitar sentirse más frustrada por como todo tenía que ver con todo.

— Esta bien. Yo... —tragó pesado, intentando ahogar el nudo que se había formado en su garganta— le agradezco. Firmaré y me marcharé.

La mayor tomó la carpeta que tenía a su lado y comenzó a pasar hoja por hoja mientras le leía el fin de su contrato.

Una vez que Natsu firmó se puso de pie y dio una reverencia.

— Muchas gracias por compartirme su sabiduría y experiencia estos dos años.

Su jefa la imitó y tomó sus manos con una maternal calidez que a Natsu le movió todos los sentidos. Si esperaba mantenerse fuerte y firme durante toda la reunión, estaba comenzando a fallar.

— Seguiremos en contacto. Pon mi referencia en tu currículum, te ayudaré en lo que pueda. Eres alguien con mucho potencial, Natsu. No te rindas.

Y la primer lágrima cayó. En ese momento no era su jefa quien le hablaba, sino una compañera, alguien que conocía parte de su historia y le tenía un gran aprecio.

Así como estaba volvió a su departamento. Encendió su computadora y comenzó a tipear modificando su currículum. Imprimió unas cuantas copias y salió en dirección al centro.

Perdió la cuenta de las cuadras que caminó, perdió la cuenta de la cantidad de tiendas en las que entró y todas le dieron la misma respuesta.

"Lo siento, no estamos tomando empleados por ahora."

Y para colmo, la tormenta que venía pisándole los talones, se rindió ante el cielo y comenzó a llorar y tronar. Sus pasos pedazos sobre los tacos, su cabello enmarañado y mojado. Su carpeta llena de papeles, todos desperdiciados.

Llego a su auto abandonado a unas cuadras, entró en él y ahí fue donde quebró. Su pecho dolía, sus manos temblaban sobre el volante, temía encender el motor.

Pensaba, en qué iba a hacer ahora que no tenía un empleo. Iba a tener que vender el auto de su madre, dejar su departamento y mudarse a un condominio. Dar clases a unos treinta Juniors o buscar trabajos miserables que puedan ayudarla a mantenerse día a día. Estaba cuestionándose absolutamente todo. Estaba perdiendo.

Se quedó allí una media hora hasta que sintió que pudo soltar toda esa angustia acumulada y tras un largo suspiro arrancó el motor.

Llegó a su hogar, pasó por al lado de los retratos, no los miró. Fue directo al mueble más recóndito y entre muchos adornos y trapos sacó unas cuantas botellas.

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La campana finalizando las clases estaba sonando y los clubes comenzaban a activar su actividad.

— ¿Qué pasó con Natsu? —atacó Iwaizumi sin siquiera saludar a su amigo.

Oikawa no entendía de qué estaba hablando y su cabeza comenzó a maquinar.

— ¿De qué estás hablando? La dejé en su casa y me aseguré de que estuviera bien antes de irme.

El moreno suspiró agarrándose la cabeza. Oikawa era un idiota.

— ¿Qué hizo? ¿Te sonrió y te dijo que no te preocuparas? —la ironía le dolió en lo más profundo de su orgullo, pero también un cosquilleo en su estómago lo puso nervioso— No vino a clases y no responde su teléfono. Estoy preocupado.

Y no era el único. Oikawa le pasó el balón y se fue del pabellón tras el grito de un rabioso Iwaizumi. Acababa de ser obligado a estar a cargo de la práctica del día.

Intenta odiarme... | Oikawa TooruDonde viven las historias. Descúbrelo ahora