1. Aula inerte

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Sentado en su puesto, con un computador delante, oyendo la letárgica voz del profesor de Programación, Vicente Gabriel Santacruz puede sentir cómo la vida se evapora de su ser. El tedio es asfixiante. El ardor estomacal del aburrimiento lo hace mover los pies de modo que, a primera vista, parecen nervios. Con un poco más de atención, se puede notar un patrón rítmico en cada extremidad. Sus manos siguen el mismo impulso, pero con movimientos casi imperceptibles. En su mente subconsciente suena una canción. Es veloz, precisa, llena de energía. La adornan platillos, cajas de resonancia, bombos. Eso lo apasiona. Y sin embargo, en su consciente, solo espera la hora de huir del laboratorio de computación.

Dos filas más atrás, desde otro puesto, una chica igualmente hastiada por el sopor de esa tortura pedagógica, observa cada cierto tiempo a Vicente. Avanza en los deberes, tecleando y siguiendo las instrucciones dadas por el profesor, pero de modos muy distintos. Literalmente, más rápidos y eficientes. Con ella se da el extraño caso de aquel aprendiz que, por talento natural, tiene más potencial que el mismo maestro. Solo que, de momento, es su secreto.

Sofía Jeannette Marchant Cienfuegos considera que aquel chico es un millón de veces más interesante que la clase, las amistades que la rodean y hasta sus propios pensamientos, que no son para nada aburridos. Hay algo en él que la cautiva de manera obsesiva. Todo parte desde hace dos días, cuando ese muchacho ingresa al club de básquetbol del instituto.

El equipo mixto del club de básquetbol, no termina jamás de ensamblarse de manera correcta, apestando en grado máximo. Por esa razón, comenzaron rotaciones de jugadoras y jugadores de primer año cada semana, durante este mes. Cuando Vicente llegó a presentarse para las pruebas de admisión, con su viejo bolso deportivo lleno de costuras, sus tenis desgastados con agujeros y su ropa desteñida, casi que los integrantes del club querían impedirle el ingreso al gimnasio del instituto. Las miradas lo cohibían. Estuvo a punto de dejar la fila de postulantes, cuando Sofía se decidió a intervenir desde la cancha, motivada únicamente por su curiosidad.

-Oye, tú. ¡Hey! -le decía Sofía sujetando un balón con ambas manos.

Varios en la fila la miraron, menos él.

-¡Hola! ¡Hey! ¡Disculpa! -insistió sin ningún resultado. El chico no reaccionaba.

Intempestivamente, le arrojó el balón dándole bote en el piso y golpeándole el brazo.

-¡Uy, disculpa! ¿No te dolió, verdad? -le preguntó con una sonrisa maquiavélica en su linda cara.

Sobándose el brazo y con una expresión de pocos amigos, Vicente la miraba por fin.

-Me llamo Sofía. Soy del equipo. No es mi intención molestarte, te lo juro, pero necesito preguntarte, ¿por qué ya te vas?

-¿Disculpa? -le preguntaba de vuelta sin llegar a entenderla del todo.

Ella se acercó a él.

-¿Por qué presiento que quieres irte sin haberte probado en la cancha? -le preguntó directamente.

La reacción de aquel joven novato indicaba que ella no se equivocaba.

-Este lugar -miraba alrededor a los demás-, no es para mí.

-¿Cómo lo sabes? -le preguntó nuevamente.

-No lo sé. Solo... No me gusta -le respondió con cara de genuina decepción.

Ella pudo ver desde antes que se trataba de las miradas de desaprobación del plantel cuando hicieron pasar a los aspirantes al gimnasio. También a ella le llamaron la atención sus precarias condiciones pero no de la misma forma que a la mayoría. A Sofía le pareció fantástico que por fin alguien como ella, venida de abajo, se atreviera a venir aquí.

Lujuriosos Píxeles de MedianocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora