Sube las escaleras de a dos escalones a la vez, y es que ya no puede aguantar un segundo más la incertidumbre. Llega frente a la habitación de Vicente. Las palabras de Ramiro y las de Natalia la empoderan. «Esto es lo correcto» se repite una vez más antes de tocar la puerta.
Ésta se abre antes. Su amigo se topa con ella en el umbral. Sus miradas se cruzan después de diez largos días. Ella siente la breve subida de adrenalina y los nervios que la desatan. Por otro lado, él siente rabia, no puede verla sin llenarse de resentimiento. Aparta la mirada.
—¡Vicente! —reclama Sofía al sentir el feo amargo del rechazo de la persona que más le importa en este momento.
Con los ojos empapados, indignada, le dice:
—¡¿Por qué me odias?!
Lo observa atentamente. Mirando a un lado hacia la nada, su expresión va cambiando de la rabia a la impotencia. Las lágrimas también inundan sus ojos. No sabe si cerrar la puerta o responder.
—Vicente... ¿Qué te hice para que ya no me puedas ni mirar? — le pregunta con la voz quebradiza. El nudo en su garganta es feroz con ella.
Él cierra los ojos. Las lágrimas comienzan su triste descenso a través de sus mejillas.
—Dímelo, te lo pido. Y te prometo que haré lo que quieras. Si me quieres lejos, me iré. Te juro que me iré. Solo dime... Dime por qué.
Vicente suelta el pomo de la puerta. Se devuelve hasta su cama y se sienta en el borde.
Sofía comprende el valor de esta puerta abierta. Entra despacio, la cierra tras de sí. Se queda de pie, esperando lo que él tenga que decirle.
Su querido amigo se toma la cabeza. El llanto de impotencia se eleva unos cuantos niveles. Ella se preocupa. Algo está afectándolo por dentro más de lo que había podido imaginar.
—Vicente... ¿Qué ocurre? Háblame por favor —le solicita con premura. Su angustia también escala. Tanto así que se acerca a él, se arrodilla y lo acaricia.
—¡No, no me toques! ¡Aléjate! —rehúye de sus manos.
Ella lo escucha. Tratando de pararse respetando sus deseos, da pasos en falso y su espalda choca con la pared, quedando sentada a dos metros de él.
Vicente la mira asustado, hace el intento pararse y atenderla, pero algo monstruoso en su alma, que se traduce en un súbito mareo, lo detiene. Sofía se percata de que algo va mal en él, sin embargo, su tropiezo la llena de vergüenza y se congela.
Esto va mal, muy mal. De pronto siente deseos de irse sin saber nada más. Cuando se va a poner de pie, Vicente se adelanta. Corre a un lado, toma el papelero junto a su escritorio y vomita en él, arrodillado en el suelo.
Ella quiere asistirlo. Pero el miedo a ser una vez más rechazada la mantiene sentada.
Él se limpia la boca, respira profundamente. Se sienta en el piso y retrocede hasta que su espalda encuentra apoyo en su cama.
Se toca la herida de cuello con la mano. Ese esfuerzo le ha dolido demasiado.
Pasa un buen rato sin que ninguno de los dos pronuncie palabra. La tensión en el aire se ha diluido. El dolor de Vicente también. Pero no precisamente ese que lo atormenta dentro de sí desde que recuperó la consciencia.
Diez días atrás, un psicópata saltó sobre él para matarlo. Lo siguiente que supo fue que lo había apuñalado y que el cuchillo seguía en su carne. Podía sentir el frío de la hoja dentro de él junto con un dolor tan insoportable que lo aturdía.
ESTÁS LEYENDO
Lujuriosos Píxeles de Medianoche
Roman d'amourUna chica audaz, víctima de sus secretos y un muchacho noble, en la constante lucha contra sus circunstancias de vida, compartirán una historia que mantendrá una agradable calidez en tu interior. Del destino aleatorio y muchas veces cruel, que a vec...